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RATA CRITICA A LA POLITICA CRIMINAL COLO

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…Guardaron silencio.

Por los huequecillos de la puerta, se colaba una luz blanca, pálida, que lentamente fue tornándose rosa. Llegaba un nuevo amanecer, el Padre pensó que ya llevaba más de una semana en

el pueblo ¿y que había obtenido con ello? Una choza que más bien parecía el cubil de una fiera; un empleo que era una esclavitud horrorosa; y el que su hijo, por la necesidad, robara la

alcancía de la iglesia, y por las circunstancias, por la brutalidad del medio, le propinara una puñalada al “diablo” (…) ella sollozó.

Era el recuerdo del hijo, metido dentro de un calabozo en la terrible cárcel del poblado, un lugar frio, húmedo, negro. Con el

aire irrespirable, con figuras retorcidas acurrucadas en los rincones más oscuros…

(La rebelión de las ratas. Fernando Soto Aparicio)

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3 A Hader:

Ojala hayas podido encontrar paz,

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Prólogo

irardot1 era, en los años ochenta, un pequeño pueblo hotel para los conductores que recorrían los largos trayectos entre los lejanos puertos marítimos y la capital del país, así como paso obligado de las familias Bogotanas que se dirigían a los sitios de veraneo temporal en los abundantes días feriados que iluminan el calendario Colombiano como árbol de navidad. Su posición privilegiada a orillas del rio grande de la Magdalena y punto estratégico en la vía Panamericana, convirtió a este pequeño pueblo en un mundillo comercial y turístico que bullía en desorden y parrandas cada fin de semana. Como siempre, barriadas pobres crecían alrededor de los paraderos obligados de buses, camiones y toda suerte de vehículos y justamente en esas casuchas marginales nació el que llegaría a ser uno de los más frecuentes, violentos y reconocidos habitantes de las cárceles Colombianas: Alias “Hader” o “La Rata”.

Lo conocí por accidente, durante mi estadía en la cárcel. Uno de los periodos más dolorosos e infames de mi vida. Sin embargo, esta experiencia amarga, sirvió también para descubrirme compartiendo con seres humanos que normalmente solo se ven en los noticieros cuando asesinan a alguien o corriendo con malabáricos movimientos por las calles con varios policías detrás.

Este relato está dedicado a mi amigo “Hader”, de quien desconozco su paradero actual y a quien le leía la Biblia todas las noches, acurrucados junto a un pequeño haz de luz que se filtraba por los barrotes de la jaula en la que nos amontonaban como marranos.

1

municipio de Cundinamarca (Colombia) ubicado en la Provincia del Alto Magdalena, de la cual es capital

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5

A ese gladiador temido por bandidos y guardias que debajo de esa coraza y esa mirada fiera que hacía temblar al más atrevido, lloraba escondido pensando en una madre que lo dejó y una hermana que vio morir sin poderle decir cuánto la amaba. Pero también está dedicado a las personas que nunca han pasado por una cárcel y solo han visto a Hader o a quienes son como el en los noticieros. Hoy como el personaje de la caverna de platón, pretendo mostrar una realidad que no busca su misericordia hacia los delincuentes, sino generar una reflexión hacia la Política criminal y penitenciaria de Colombia que, mediante leyes dictadas al calor de los medios de comunicación, sepulta en vida a la gente en la cárcel sometiéndolas a un proceso de tortura, olvido y humillación que lo único que logra es acumular años de ira, frustración y violencia potenciando lo malo del ser humano y extinguiendo lo poco bueno que hubiese podido llegar a tener. Luego del relato, y con base en fuentes de alto perfil, expondré la dramática situación de la política criminal y penitenciaria nacional, que, por su ineficacia, desactualización y evidente politización, está convirtiendo a las cárceles en verdaderas universidades del crimen. Esta es una historia basada en hechos reales. Los nombres de los personajes son ficticios, excepto los de lugares o eventos históricos. Solo conservo el alias de mi amigo, porque él personalmente me autorizó a usarlo. Cada vez que paso por el sitio en el que lo tuvieron sometido al trato de un animal de la peor calaña, haciendo sus necesidades fisiológicas en un balde junto a su cama y comiendo en el piso, me pregunto: ¿Cuánta maldad y desidia fue necesaria para convertir a ese niño campesino que se desvivía por su hermanita en uno de los residuos sociales más peligrosos y desalmados del sistema penitenciario Colombiano?

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Contenido

Capítulo I: Antes de la rata

Capitulo II: Una sucesión de eventos desafortunados Capitulo III: La rata

Capitulo IV: Las cárceles Capítulo V: La Rata y yo

Capítulo VI; La destrucción del Ser Capitulo VII: Reflexión

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7

Capítulo I:

Antes de la rata

ader era hijo de una mujer que debía trabajar todo el día atendiendo mesas en los numerosos restaurantes a orillas de la carretera, y que apenas si lograba pasar una o dos horas despierta de domingo a domingo porque sus horarios, terriblemente inhumanos, muchas veces se extendían desde las ocho de la mañana hasta la una o dos de la madrugada del día siguiente, sobre todo en Semana Santa, vacaciones o fiestas.

Desde que Hader tenía memoria, le había tocado ser

el “hombre de la casa”. Apenas si podía sumar o

restar y ya le tocaba hacer aseo, cocinar los escasos alimentos de que disponían para que su madre pudiera descansar, y para completar, era el responsable del bienestar y seguridad e su hermana Lucinda, una nenita de grandes ojos cafés que lo adoraba y solo dejaba de llorar cuando lo veía.

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los otros en la calle cuyas risas escuchaba mientras trapeaba el baño. Cambiaba el pañal de su hermana o cocinaba el desayuno antes de tener que limpiar la casa y la noche le sorprendía alistando los quehaceres del siguiente día. No tuvo tiempo de ir a una escuela. Si se daba el lujo de hacer algún amigo, pronto lo perdía porque el cuidado su hermanita le hacía perder su lugar en el equipo de futbol o en el paseo al rio. Pero no le importaba, Lucinda no era un problema para él ni una carga. Cuando a veces se desesperaba por no poder adivinar porque lloraba, se calmaba porque el amor que sentía por su hermanita lo convertía en su héroe su protector. Él le enseñó sus primeros pasos, le calmó la irritación de las encías dejándose morder la mano que, obviamente había lavado escrupulosamente antes. Esa bebe, desde que nació fue su causa, el sentido de su vida, el centro de su existencia. El deleite de Hader era la risa diáfana de su hermanita y esa manera de mirarlo como si fuera el centro del Universo.

aribel había llegado a Girardot procedente de Mariquita Tolima2, un pueblo azotado por la violencia guerrillera cuando apenas contaba los 17 años. Sola, con un atado de ropa envuelto en un mantel y con la promesa de un amigo conductor de ayudarle a engancharse en una de las fondas del pueblo y para que una familia amiga le acogiera mientras se ubicaba, llegó a Girardot despistada, asustada y sin saber lo que le deparaba el destino. Había crecido como la hermana mayor de una familia

2

San Sebastián de Mariquita es un municipio colombiano ubicado en el

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9 de cinco hermanos junto a sus padres y abuelos en la parcela que apenas si los sostenía a todos.

La vida en la zona rural mariquiteña, transcurría despacio, calmada, sin ningún sobresalto. Los abuelos pasaban el tiempo cultivando hortalizas y cuidando pequeños animales de granja. Los padres llevaban cada domingo los productos de los cultivos al centro de acopio del pueblo donde les compraban a precios de robo gubernamental los pocos frutos de sus tierras y los hermanitos de Maribel jugaban en el gigantesco parque de diversiones que se les antojaba el paisaje agreste de la región. Pero un tenebroso día, un grupo armado de hombres de la guerrilla, intempestivamente llegó a su casa y con ellos, todo el horror de la guerra que ha desangrado a Colombia por cincuenta años: Gritos, insultos, amenazas, golpes de culata, y carcajadas diabólicas que resonaban en la noche mientras tumbaban las puertas. Los hombres uniformados sacaron de la casa a rastras a sus padres, reclutaron a sus hermanos, asesinaron a su abuelo, robaron sus pocos animales y les impusieron una vacuna imposible de pagar.

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intensión de cortejar a la adolescente. ¿Cómo podían ser auxiliadores de un ejército que nunca había pasado por allí? Pero la violencia es estúpida, irracional, irreflexiva.

Cuando se llevaron a sus padres a la fuerza, el abuelo intento hacerle frente a los fusiles con una escopeta de fisto, mala decisión. Antes de siquiera poder accionar el martillo ya tenía doce disparos de fusil que le destrozaron el cuerpo.

Se reían viéndolo morir – le contaría a Hader su

madre años después.

Uno de ellos le pateó la cara para ver si estaba vivo

todavía y le propinó un disparo de pistola en la frente

delante de todos nosotros -.

Cuando finalmente se fueron, los cultivos se consumían en el fuego, el gallinero, la marranera y el corral con las dos vacas fueron volados con granadas con los animalitos adentro. La casa quedo impactada con los disparos que mataron al abuelo y manchada con su sangre de su abuelito. Los gritos de sus padres mientras los subían al jeep aun retumbaban en los árboles.

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11 Pimpón, el perrito del abuelo se acostó sobre la cama de su antiguo dueño y el loro que por años fue el acompañante fiel de la abuela, quedo muerto en la cocina y nadie sabía si por el susto o por la acción de los invasores. Mientras la policía hacia el levantamiento, la abuela recogida como una niña abandonada sobre el sofá de la sala, lloraba desconsolada con la cara entre las manos. Era demasiado dolor para sus ochenta y siete años de edad.

-¿causa de la muerte?- preguntó un funcionario que

llenaba unos formularios en la sala mientras fumaba un grueso habano para espantar las moscas junto al cuerpo inerte del abuelo.

Muerte violenta por arma de fuego- le contestó otro

que, cubierto con una bata y tapabocas le tomaba las huellas dactilares al cuerpo.

-¿homicidio o ejecución?- preguntó el del formulario

– Ponga retaliación entre bandas delincuenciales

para evitarnos el papeleo y la visita de la procuraduría

– dijo el otro, mientras se quitaba los guantes y salía de la casa.

Al día siguiente los periódicos y la radio local

anunciaban que un “peligroso líder paramilitar” había

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decir, en poco más de cinco horas la familia de Maribel, campesinos reconocidos de la región, pasó a ser una sarta de delincuentes de extrema derecha que luchaban por el control de la ruta de las drogas en Mariquita.

Entonces, gracias al “objetivo” cubrimiento de los medios, llegó el huracán. Un enorme destacamento militar y de policía llego (tres días después) a la finca, les incautaron la parcelita, destrozaron la casa y los restos de los graneros en busca de caletas, armas y drogas inexistentes. La abuela fue llevada a un ancianato del estado en medio de gritos de desesperación por ser desarraigada de su tierra, y peor que eso, finalmente nadie investigó jamás la desaparición de sus padres ni el reclutamiento de sus hermanos. Los animalitos se dispersaron y Lucinda no tuvo más opción que irse lejos, tanto como para huir de sus amargos recuerdos.

Miguel, un joven conductor de un camión de transporte de carga, que ocasionalmente visitaba una fonda cercana a su casa, le había hablado a Maribel de Girardot, un pueblo que comenzaba a crecer en la vía que comunicaba medio país con la capital. Allí había, según él, mucho trabajo y un futuro posible para una niña emprendedora como ella.

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13 o esperó durante dos días completos, sentada en la orilla de la carretera, ignorando las miradas curiosas y los comentarios de la gente del pueblo y los transeúntes, hasta que vio venir el camión Ford modelo 68 de cabina roja, en medio de la neblina de la segunda madrugada.

Al principio el muchacho no la reconoció. Sus ojos ya no brillaban como antes, la sonrisa se le había borrado y una sombra negra parecía rodearla. Se veía miserable, acabada, triste. Ella, apenas lo vio bajar del camión, se arrojó a sus brazos llorando. Tal vez se vería mal, pero era el único amigo que le quedaba, la única opción que le presentaba la vida. Miguel no sabía si abrazarla o separarla, pero fue más fuerte el gusto por la chica y la abrazó imaginando lo peor. Ella entre sollozos entrecortados le contó la tragedia que había devorado su familia en los últimos días. El la miraba espantado. ¿Cómo puede haber tanta maldad en este mundo? La gente comenzó a arremolinarse en torno a la pareja con expresiones de pesar al ver tan afectada a esa niñita que tiritaba de frio envuelta en una manta raída y apenas vestida con un vestidito de raso y unas alpargatas de cabuya. Miguel para evitar el espectáculo, la invitó a subir a la cabina del camión que estaba mucho menos fría que la intemperie y arrancó camino a otro pueblo donde no la niña pudiera hablar con más tranquilidad.

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Ella le suplicó que la llevara lejos, bien lejos de ese pueblo de mierda. Se subió al camión y lo acompañó todo el viaje durante unas semanas más. En cada paradero iba venciéndose la barrera que existía entre Miguel y su protegida. Él era casado, tenía dos hijos en Bogotá, pero esos ojos, esa sonrisa, ese aroma tan

particular que tenía… para el joven conductor, Maribel

era como una orquídea delicada que había nacido y florecido en un basurero.

Una tarde, en Buenaventura, habiendo ya entregado el viaje que llevaba, Miguel estacionó el camión en la zona franca a la espera de un nuevo viaje para llevar al interior del país. Mientras tanto, pensó diez veces en invitar a salir formalmente a Maribel. Caminó de un lado para otro repitiendo en voz baja cual sería la mejor manera de decirle a esa chiquilla cuanto le gustaba y sobre todo lo bien que se sentía a su lado. Finalmente, se dirigió al hotel comprando por el camino una loción de tercera en un puesto en la calle. Más adelante, en un remate, compro una camiseta nueva para impresionarla con ropa que no oliera a ACPM.

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15 botánico de la Manigua, un pedazo de cielo localizado dentro del Parque nacional natural Uramba, Bahía Málaga en el corregimiento de Juanchaco y Ladrilleros, a una hora en lancha de la ciudad.

La brisa marina, a medida que avanzaba la lancha, revolvía los cabellos de Maribel que miraba extasiada la selva tropical que crecía en las orillas del océano pacifico. Miguel la miró como si fuera la última mujer del mundo.

Ese día lo pasaron riendo, jugando en la arena de la playa. Recorrieron los senderos salpicados de enormes mariposas, escribieron sus nombres en la blanca arena de las playas, ella lo miraba y parecía que el pasado no existía y que en adelante todo iría bien. Regresaron al hotel en el que él, muy cortésmente había sacado dos habitaciones separadas. Esa fue una noche especialmente calurosa y húmeda, como la mayoría de las noches del pacifico Colombiano.

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gran partitura, en busca de una conclusión tan previsible como inevitable.

n este punto Hader suspende la narración, se levanta de la silla, camina hasta la reja que está más cerca del guardia y enciende un cigarrillo. Se recuesta y mira por la ventana que está a tres metros de distancia y que apenas deja ver un techo de zinc, cables de luz y un poste. Puedo contar las heridas de su espalda: catorce. Bajo el cuello, de lado a lado de los hombros, en enormes letras góticas se

lee un tatuaje “Dios y Madre”.

Un escapulario cruza desde el hombro derecho hasta el costado izquierdo de su cuerpo atlético y evidentemente musculoso. Tiene el cabello cortado estilo militar, varias cicatrices en su cara, ojos pequeños, nariz chata, profundos surcos en la frente y cejas muy pobladas. Los brazos y las manos, visiblemente fortalecidas por el esfuerzo físico y el ejercicio, son recorridos por las venas como los ríos en una cordillera, develando los años de trabajo en los puertos descargando planchones.

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17 dormir huyendo de la tragedia que nos consume a todos saltando entre pesadillas y recuerdos aciagos.

A lo lejos, surcando la noche, se escucha el ruido de los vehículos que recorren raudos la avenida Boyacá, una de las principales vías de Bogotá. Ese ronroneo incesante y perenne acompañó cada día en que la justicia Colombiana nos redujo a menos que animales despojándonos de cualquier atisbo de dignidad a 200 seres humanos de todos los orígenes pero identificados por la tragedia, en una celda para 20 personas.

Poco después sabré la tragedia que se desataría a partir de esta historia idílica entre Maribel y Miguel, que marcaría el inicio de los eventos que nos tienen juntos en el calabozo de la Unidad de Reacción Inmediata (URI) de la Fiscalía al sur de Bogotá.

Una mañana cualquiera llegó a la URI el cabo Pérez, un subintendente de la Policía Nacional alto, delgado, con los dientes muy grandes, ojos hundidos, calvo y una nariz que recordaba a un personaje de dibujos animados. Le correspondía recibir el turno de cambio de guardia y durante su reinado de doce horas, estaba prohibido hablar entre nosotros, incluso tenía prohibido mirarlo a él a los ojos. Tal vez la Policía Nacional necesitaba que olvidáramos lo poco que quedaba de seres humanos en nosotros. Resoplando como un toro, se puso las manos en la cintura y entró con aire

marcial, mentón levantado y mirada “Hitleriana” al el

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rincones, los levantó de un puntapié y ordenó que nos paráramos en fila. En ese momento entraron varios policías de la DIJIN que destrozaron nuestras colchonetas, y las bolsas de basura en las que nos obligaban a guardar la ropa. Nos desnudaron y buscaron armas que sabían que no existían, celulares que ellos mismos nos habían vendido, drogas que habían sido entregadas por otros policías y sobre todo dinero, porque cada día buscaban nuevas formas de heridas, sangre y risas de los Policías que custodiaban la URI, que apostaban dinero, cigarros, y hasta relojes en las luchas. No se cómo no resultó un muerto en esos eventos, porque en algunos de los encuentros dejaban pelear a los hinchas de un equipo contra los hinchas del otro, o a veces era entre “niches”3 o entre

“paracos” y “guerrillos”, entre “ratas” de diferentes “parches”4 e incluso vi peleas entre mujeres del primer

y el segundo piso.

Después de cada combate, silencio total, los que no peleamos trapeamos la sangre y secamos el piso, los gladiadores recibían marihuana y gaseosas. A la una

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19 Pasaban varios días sin que Hader me hablara. Yo evitaba acercarme hasta que el me indicara que podía hacerlo, porque cuando alguien intentaba hablarle o siquiera lo empujaba involuntariamente durante la fila el almuerzo era repelido con una andanada repentina de golpes mortales que la mayoría de las veces terminaban en costillas rotas, narices sangrantes y ojos amoratados. Tenía un rostro fiero, temible, que ocultaba toda una historia de sufrimiento que convirtieron al niño que adoraba a su hermana en un ser humano que sus escasos 31 años había pasado por 17 cárceles en Colombia.

La “rata” Tenía la prioridad absoluta a la hora de la

comida o de usar la única ducha y el único sanitario disponible para más de 200 personas, que entre otras cosas estaba a la vista de todos, sin puerta ni divisiones. Su lugar de dormir era un espacio de dos metros cuadrados, un verdadero privilegio teniendo en cuenta que cada uno disponía de menos de un metro para vivir, comer y dormir. Por su calidad de jefe tenia suministro constante e ilimitado de drogas y medicinas, armas y beneficios varios por parte de la Policía.

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por lo menos así estaba en los reglamentos, debían ser decomisados, embalados, rotulados y entregados a la familia.

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Capitulo II:

Una sucesión de eventos

desafortunados

maneció. Miguel hacía rato se había despertado y jugaba con el cabello de Maribel entre los dedos. Ella, recostada en el brazo izquierdo de él, soñaba profundamente dormida.

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en el ronroneo del motor del camión y dejando que la brisa cálida de la carretera les acariciara la piel. Ella lo miró y sonrió. El estiró la mano derecha y le rozó levemente las mejillas. Maribel, luego de un suspiro, se

acercó y se recostó en el pecho de “su” Miguel. Porque

ahora era suyo, toda su familia, su refugio, su única buena noticia desde que salió de casa para nunca más volver.

Cada estación y hotel del camino se convirtió en una oportunidad de confirmar lo que su corazón le había dicho desde el día en que le conoció en el restaurante de Mariquita Tolima. Muchos peajes, hoteles, besos y kilómetros después, el freno del camión anunció que habían llegado a Girardot. Eran las siete de la mañana de un martes y todo estaba cerrado. Solo un pequeño restaurante de orilla de carretera y dos tabernas estaban abiertas, sin clientes y con la misma apariencia triste de los que habían a la orilla de la carretera en Mariquita Tolima.

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23 se levantaba un cinturón de edificaciones lleno de negocios pequeños de venta de alimentos exactamente iguales a los de su pueblo natal. Solo el calor y el sonido del enorme rio Magdalena lo diferenciaban.

Miguel buscó los ojos de la chica con una sonrisa. Ella para no defraudarlo se la devolvió y le dio un beso de recompensa. Se acercaron al restaurante abierto y pidieron dos desayunos que el conductor apuró sin pausa porque iba retardado hacia la entrega de la carga en la aún lejana capital. Al salir del restaurante, ya el pueblo despertaba y la cantidad de vehículos que paraban en la orilla se incrementaba paulatinamente. Los dos jóvenes se dirigieron a una casa en una esquina del parque de la locomotora. Era grande, esquinera de dos pisos y de ese azul tan típico de los pueblos de tierra caliente colombianos. Una amplia terraza a la entrada cercada por una baranda en cemento, sostenía pequeñas materas con helechos y otras plantas de flores brillantes. Un loro, que colgaba de cabeza en la entrada, les dio la bienvenida con un graznido ensordecedor.

Desde el fondo de la casa, una voz femenina saludó con un grito:

-¡ya voy, Estoy en la cocina!

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chanclas y con el cabello recogido con un pedazo de media velada reciclada, llegaba secándose las manos con el delantal seguida de tres perros, una gallina y un gato como comité de bienvenida.

Llegó hasta los viajantes con una enorme sonrisa que parecía permanente en su redonda cara de amable matrona. Era doña Esperanza, quien en adelante jugaría un papel estratégico en esta historia. Se abalanzó sobre Miguel y le dio un abrazo que casi lo parte en dos, mientras los perros ladraban y saltaban alrededor, la señora, ignorando a Maribel, le decía

-¡mira que grande estas mijo! - ¡ya eres todo un señor!

- ¡si tu papa te viera hasta te da el apellido!-

El, abrumado con el saludo, apenas atinaba a devolverle el abrazo riendo dichoso mientras saludaba a los perros, el gato y el resto del arca de Noé que prácticamente era la sala de esa casa.

-Te presento a Maribel.-

Dijo Miguel, y en ese momento todo el huracán de cariño se dirigió sin alarma ni previo aviso hacia la sorprendida joven.

-¡mira que linda! - ¡mira que princesa!- ¡Dios santo

Miguel, de que altar sacaste este angelito!-

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25 trasero. Los invitó a sentarse en la sala mientras ella se acomodaba en una poltrona de terciopelo rojo y bordes dorados que parecía donada por Simón Bolívar y que, obviamente, estaba adecuada por el paso del tiempo y el uso al abundante cuerpo de la Doña. Miguel comenzó a narrar la historia de Maribel, acompañando con gestos de angustia y preocupación cada parte de la narración. La Doña solo miraba a Maribel con tristeza, moviendo negativamente la cabeza a cada detalle que le contaba Miguel.

Cuando terminó la historia, en la que convenientemente evitó mencionar el asunto libidinoso del viaje, Miguel tomó la mano derecha de la mujer y le dijo:

- Mamá Esperanza, necesito que la acojas en casa como si fuera yo. Esta muchacha se quedó sin familia,

te lo ruego, no sé dónde más dejarla con confianza-.

La Doña guardó silencio y miro a Maribel por unos segundos que a la joven le parecieron eternos.

–Mijita- le dijo.

-Yo crie a este muchacho y lo recogí de la carretera y

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bienvenida, eres mi hija desde hoy. Si alguien te pregunta, no vas a contar tu historia, eres mi hija y

punto. –

Maribel comenzó a llorar. Hacía tanto tiempo que no tenía padres que esto le parecía un sueño. Desde ese día se sintió como en casa. Ayudaba a los quehaceres diarios y en las tardes trabajaba en la plaza en un puesto de artesanías y típicos que tenía mucho movimiento después de medio día porque vendía alfandoques y otros dulces preferidos por los alumnos de los colegios cercanos.

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27 izquierdo del pantalón y se asoma a la reja posterior de la jaula en la que estamos amontonados como muebles viejos mohosos y sin futuro.

-¿hay tortas de jamón? –

Grita mirando hacia el primer piso. Ese era una de las claves para identificar las drogas, ejemplo de esa extraña costumbre eufemística de la cárcel de llamar

las cosas por lo que no son. “Tortas de jamón” es

bazuco, la más terrible de las drogas, fabricada con los desechos de la cocaína, ladrillo, cemento, pastillas

molidas y sabrá Dios cuanta porquería más. “Tortas de jamón con queso” eran las mismas papeletas de bazuco, pero “mejoradas” con “perico” (cocaína). “Gordos” son los cigarrillos de marihuana. Bueno, si a

eso se puede llamar marihuana. La Policía entraba y vendía muy caros unos pequeños papelitos con algo verde en polvo que bien podría ser eucalipto o excremento de caballo, envueltos en pequeños trozos de papel de arroz de ese de que están hechos los nuevos testamentos que traen los misioneros de todas las iglesias que visitan a los presos.

Estos pequeños libros azules son herramientas valiosísimas en el mercado subterfugio de las drogas permitido por las autoridades de la DIJIN5 en los

calabozos de las URI. Cada librito puede llegar a costar hasta diez mil pesos. Alguna vez, comentando de manera jocosa el asunto, uno de los asistentes de

5Dirección de Investigación Criminal e INTERPOL de la Policía Nacional

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Hader me dijo refiriéndose a la nota en letras doradas en la pasta de los libritos

– aquí dice “este libro no será vendido” profe, pero en

ninguna parte dice “este libro no será fumado” así que

no le estamos faltando el respeto al Señor-.

Tal como esas, existen mil expresiones más, como

“Whisky” para llamar a una bebida fermentada a base

de las naranjas que logran hurtar del almuerzo diariamente y endulzada hasta el extremo con todo lo que contenga azúcar; desde la gaseosa hasta los bocadillos (pequeños dulces fabricados a base de

guayaba). Un “bicho” es un celular encaletado para llamar cuando no está la guardia, un “chuzo” es un

arma corto punzante de fabricación artesanal. En fin, la jerga carcelaria termina por renombrar absolutamente todo, incluso la muerte, la vida o la enfermedad de una persona.

Le subieron por el “ascensor” (un lazo hecho con

retazos de ropa vieja) varios ejemplares de la mercancía solicitada. Se sentó nuevamente a mi lado y me miró. No sé la cara que estaba haciendo, porque él se rió y dijo

– no se preocupe doctor, no lo voy a poner a fumar

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Armó un “bareto”6 le dio una profunda aspirada, y

continuó su relato.

l Intendente de la Policía había andado el país tanto como ella. De pueblo en pueblo había dado tumbos por toda Colombia hasta llegar, por nefasto giro de la suerte, a la base antinarcóticos de Girardot. Ya con grado de intendente y aun soltero, caminaba por el pueblo en su patrulla de rutina y la última persona que pensaba encontrar era a su adorada Maribel.

Pasaron la tarde juntos. Caminaron por el puente Mariano Ospina Pérez, una enorme estructura colgante medio oxidada que comunica el departamento del Tolima con Cundinamarca sobre el impresionante Rio grande de la Magdalena, ruta obligada de vehículos y camiones de carga desde 1950 cuando fue inaugurado por un gobierno ya olvidado. Vieron caer la tarde sobre los manglares y contemplaron el vuelo de las garzas que regresaban a los árboles. Entre aleteo y aleteo, Maribel le contaba sobre Miguel, de lo mucho que se querían, de la Doña con la que vivía y de todas las peripecias que habían vivido desde hace tres años como una familia unida por la tragedia.

El Intendente Cerquera, se veía imponente. Acusaba poco más de treinta años de edad, atlético, vestido con un ceñido uniforme de fatiga de la Policía y un sombrero de ala que le daba un aire de guerrero que

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no pasaba inadvertido para Maribel. Desde ese día, el paso del intendente por el mercado, al cierre del puesto de la Doña era obligado. Tomaban un refresco en la plaza de San Miguel, parque principal y centro cultural del pueblo. Luego caminaban hasta la casa de la Doña, en donde poco a poco y pese a las reservas de la Señora frente a los policías, máxime cuando sabía que por su culpa la guerrilla había destruido a la familia de su Maribel, se fue ganando un lugar en la sala.

Doña Esperanza miraba con cierto resquemor al Intendente Cerquera, pero, ¡como juzgar a Maribel? Este hombre era lo único que quedaba de su vida, de su pasado, de su pueblo. Era una privilegiada ventana del tiempo en la memoria y en el corazón de la joven. Pasaron los meses y no regresaba Miguel. De hecho, ya hacía más de seis meses no se sabía nada de él ni llegaban cartas o giros. La chica y la Doña vivían un poco mejor porque el puesto de la plaza, bajo el cuidado de Maribel, había alcanzado nuevos niveles de ventas y se habían incluido nuevos productos que eran la delicia de propios y extraños.

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31 estuviese preparando para una fiesta de coronación. Cando llegó la hora, el Intendente se presentó en la casa con un ramo de astromelias en la mano. Maribel se paró en la puerta y los ojos del Policía se abrieron y brillaron inusitadamente. Allí estaba, la chica que era su amor de juventud, esa que la tragedia le había arrancado y a la que había renunciado hace mucho tiempo, ahora estaba ahí, dispuesta a tomar su brazo y ser el centro de la fiesta (porque seguro lo sería) con un traje corto, de tul azul y Razo entre blanco y rosado pastel, con bordados y pedrería.

Su piel núbil contrastaba perfecto con los tonos de la ropa que se antojaba sencilla pero elegante. El cabello negro recogido con una balaca roja caía sobre la espalda y un rostro apenas maquillado se sonrojaba de ver la cara del Intendente.

-¡Ya muchacha que se hace tarde!-

La voz de la Doña rompió el encanto y regresó a los jóvenes danzantes a la realidad calurosa de Girardot. Durante toda la noche bailaron, rieron, conoció gente importante y todos comentaban al joven Policía lo afortunado que era de encontrar esa flor en medio del barro del pueblo. Regresó a casa sobre la media noche como la Doña había solicitado con un claro

tono de mando. Ahora todos la conocerían como “la novia del comandante”, pero en Girardot no significaba

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evitar el acoso de los muchachos del pueblo que ahora la admiraban desde prudente distancia.

Luego de un año de relación, el Intendente se armó de valor y solicitó la mano de la chica de manera oficial a Doña Esperanza. El matrimonio fue espectacular. Todo el pueblo asistió. En una ceremonia rigurosa oficiada por el párroco de la población, los compañeros del intendente Cerquera le hicieron camino de sables y fusiles a la joven pareja que avanzaba como en un cuento de príncipes y princesas hacia el altar. El, ataviado con sus prendas de gala militares y ella con un preciosísimo traje de novia que su amado había traído desde Bogotá. Al día siguiente se acomodaron en una casa cerca a la estación de Policía pese a los reclamos de la Doña que quería que se quedaran en la casa, que le parecía demasiado grane para ella y sus animales. Solo cedió, cuando le prometieron seguir atendiendo el puesto de la plaza y desayunar todos los domingos en su casa.

¡Mario grande!

7 Gritó uno de los detenidos en la URI que veía televisión pegado a la reja de la puerta. Segundos después, una ola de chaquetas verdes entró en los calabozos como el huracán Katrina, destrozando todo a su paso.

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33 Era costumbre favorita del Cabo Pedroza, insigne custodio de celdas que había refinado los mejores métodos de tortura dentro de los límites de la constitución y las leyes, desnudarnos a todos en una celda, llevar la ropa a patadas a otra, revolverla con los pies y luego darnos un minuto para estar vestidos solo por el espectáculo dantesco de ver 200 hombres lanzarse desnudos unos sobre otros buscando la ropa mientras él y los otros 15 policías se reían desde la reja.

Hader los miraba con desprecio. Odiaba a la Policía. En más de una ocasión lo vi golpearlos así vinieran armados y el estuviera esposado, solo ver el uniforme lo poseía de tal ira que ellos temían meterse con él. Hader esperaba a que todos estuviéramos vestidos y luego él se colocaba su ropa, en silencio, sin hacer caso a las amenazas de los custodios.

Siempre se arrinconaba acurrucado en la oscuridad.

De ahí su apodo: “La Rata”. Así le decían los policías,

porque le tenían miedo. Solo lo oían bufar como un toro, dispuesto a matar al primer custodio que tratara de tocarlo. En ese estado de trance duraba una o dos horas, durante las cuales nadie le hablaba ni mucho menos se le acercaba.

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que también eran robados por los custodios de la policía cuando les llamaba alguno la atención. Y ya tarde en la noche, cuando todos trataban de dormir en la marranera que habían convertido a la URI, Hader llegaba en las sombras, moviéndose como una verdadera rata entre las colchonetas evitando pisarlas. Se acomodaba en la cabecera de mi colchoneta y me decía:

-“Doctor, léame el salmo 91”-.

Entonces me sentaba lo más cerca posible del único haz de luz que llegaba mezclado con el ruido de los buses que a esa hora transitaban la cercana Avenida Boyacá, tomaba la Biblia y comenzaba:

-“el que habita al abrigo del altísimo, morará bajo la

sombra del omnipotente….”-

Maribel se le había compuesto la vida. Ahora era la flamante esposa de un intendente de la Policía, gozaba de aceptación y prestigio en el pueblo, era querida por todos y tenía algo muy parecido a una vida de familia. No tardó en quedar embarazada y eso fue todo un acontecimiento para la doña que, ya entrada en la tercera edad, celebraba como si fuera su propio nieto.

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35 Avanzaron los meses y cerca al alumbramiento, al intendente le notificaron un reemplazo temporal en la base antinarcóticos de Miraflores, en el Guaviare, plena selva Colombiana y zona cocalera pro excelencia. El corazón de Maribel dio un vuelco. Casi presentía el desenlace de ese traslado.

-no te angusties mujer- le había dicho el Intendente

Cerquera esa madrugada mientras empacaba su equipo.

– Voy y vuelvo, mi Coronel, me dijo que es cosa de

una semana o dos y listo, igual aquí no puede quedar

sin comandante-.

Fue lo último que le escuchó decir. Lo vio salir apenas despuntaba el alba y decirle adiós con la mano al subirse a la patrulla en la que cuatro días después llegaría un joven conductor que no sabía cómo darle la noticia.

Cuando ella le abrió la puerta de la casa, un frio le corrió por la espalda y el bebe saltó. De nuevo la sombra del infortunio la cubría sin misericordia. El agente apenas pudo sostenerla cuando se desmayó. Ocho días después nació Hader. Un niñito enorme, según el concepto de la Doña, que había permanecido al lado de la joven viuda todo el tiempo.

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1.000 guerrilleros contra la base antinarcóticos defendida por 70 policías y una compañía de infantería del Batallón Joaquín Paris8. El Intendente prestaba

guardia junto al Teniente William Donato Gómez. Y según lo relatado por el soldado William Enríquez Montealegre, ellos volaron por los aires con la primera explosión. El teniente quedo herido y fue uno de los 129 secuestrados por las FARC, pero el intendente que murió sin ver a su primogénito, quedó esparcido por todas partes.

Dos años después, la Policía no respondía los llamados y reclamaciones de la joven viuda y lo único que le entregaron fue una carta firmada en computador por el nuevo presidente de la república Andrés Pastrana Arango, una bandera, dos medallas y cinco millones de pesos. La razón fue que la pensión estaba en trámite pero que tranquila que en Colombia los Héroes no serían olvidados. Promesas de político. Poco después, amamantando a Hader, Maribel se reía y le mentaba la madre al presidente viéndolo en televisión sentado solo en una mesa vacía en el Cagúan. Los cinco millones le aguantaron dos años más. Se tuvo que regresar para la casa de la doña, acomodarse como mejor pudo con su chinito y ponerse a trabajar por turnos seguidos en los restaurantes de la carretera.

Hader tenía 5 años cuando murió Doña Esperanza. Fue un acontecimiento para todo el pueblo. Ahora

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37 Maribel estaba sola con su crio y con los turnos de domingo a domingo, no había quien atendiera la tienda de la plaza, ya venida a menos porque a la orilla de la carretera ahora habían tiendas que ofrecían lo mismo que ella a mejores precios, así que tomó la decisión de rematar lo que quedara, vender el puesto y dedicarse a trabajar para poder sacar a Hader adelante, pero de nuevo la vida le tenía lista otra mala pasada.

Alrededor de tres meses luego de la muerte de la Doña, durante un turno de tarde en la fonda de don Floro a la orilla del camino, sintió que la tierra se habría bajo sus pies. Frente al restaurante acaba de bajar de un camión blanco completamente nuevo, nada más ni nada menos que Miguel, su salvador, el que la había traído desde Mariquita la primera vez que la guerrilla acabó con su vida. No había cambiado nada con los años, tal vez menos cabello y un bigote le añadían unos años pero en general era exactamente el mismo. Intentó explicar tantos años de abandono.

Que su familia, que su trabajo, que estuvo enfermo…

Pero ella lo miraba impasible.

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que le dio por despedida Maribel, más por físico cansancio y desilusión que por disgusto.

Visiblemente contrariado regresó al camión, lo cerró, sentó en la primera tienda que encontró y Consumió una tras otra grandes botellas de alcohol y cerveza mientras la noche se acercaba cubriendo a Girardot en una tarde soporífica.

Serían las tres de la mañana cuando aporreando la puerta de la casa comenzó a gritar a Maribel que tenía que dejarlo entrar porque ella era su mujer y que no se iba a ir hasta que le explicara que estaba pasando. Maribel, por miedo y vergüenza con la memoria de su difunto esposo y de la Doña, entreabrió en la oscuridad la puerta, pero antes que pudiera decir nada, Miguel la atropelló y se entró al a fuerza arrojándola al piso y lanzándose sobre ella.

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No te preocupes mama- le dijo un día el chico a su

madre, - voy a hacer mucho ejercicio y a crecer para defenderte, y el que se meta contigo se tiene que morir

Hoy, veintitantos años después del incidente, Hader siente esas palabras como proféticas.

En el cuerpo de Hader, las cicatrices arman un mapa que fácilmente podría convertirse en una línea de tiempo. Se ufanaba con sus numerosos admiradores en la URI narrando como se había hecho cada una. A veces hasta yo creía que exageraba. En el tiempo que compartí con él, alcance a conocer la historia de cuatro balazos, 19 puñaladas, 2 machetazos, y otras que parecían cremalleras de un overol de mecánico. Y es que Hader era un peleador experimentado. Cada mañana, tarde y noche alguien resultaba embestido por este toro enceguecido en el que se convertía cada vez que algo le molestaba.

Y ese “algo” era tan amplio que incluía el clima, la política, la economía, un “colado”9 en la fila de la

comida, que cambiaran el canal del televisor, que lo salpicaran de agua al salir de la ducha (algo imposible de evitar porque dormía justo a la entrada) y mil asuntos más. Cuando algo le molestaba, sencillamente se levantaba y la emprendía a golpes contra el primer desafortunado que se le atravesara. Él era la ley en la URI. Mandaba más que la Policía que tenía enorme cuidado de no molestarlo desde que había mandado al cabo Díaz al Hospital con la clavícula fracturada al

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intentar esposarlo para que dejara de golpear a un muchacho que le había regado la sopa. Pero sin importar la ira, el nivel de drogadicción, ni la pelea de turno, cada noche llegaba a mi colchoneta a pedir que le leyera el salmo 91. Durante los más de 300 días que convivimos juntos en esa porqueriza, no me permitió cambiar la lectura, poco tiempo después sabría por qué.

Aunque Miguel insistía cada vez que pasaba por Girardot en hablar con Maribel, ella evitaba todo contacto. La seguía a la casa, le llevaba serenatas, le mandaba flores, le dejaba una cajita de chocolates…

pero nada lograba vencer la férrea resistencia de la joven viuda y ahora madre cabeza de familia. Ella estaba concentrada en su hijo, en salvar la casa de la Doña, vender el puesto de la plaza y sinceramente, no tenía cabeza para otra aventura amorosa. Sin embargo, Miguel no lo entendió de esa manera y creyó que solamente se estaba haciendo la difícil. Por eso, tal vez, el día sábado santo de ese año, en las horas de la tarde, aprovechando que el pueblo estaba solo por las fiestas religiosas y que el restaurante en el que trabajaba Maribel había cerrado para que su gente pudiera asistir a la procesión, se decidió a esperarla en la entrada de la casa.

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41 Sobre las 6 de la tarde llegó ella vestida de negro como correspondía a una mujer de su estado, pero aun así se veía espectacular a los ojos de Miguel. El Intentó atravesarse en el camino, hablarle, buscar su mirada, pero nada. Ella era una estatua de sal como el personaje bíblico y eso lo lastimaba. Al momento de intentar a la casa, la asió del bazo derecho, la trajo hacia él y la besó a la fuerza. Maribel intentó gritar pero la verdad, no quiso. Hader se encontraba fuera, en un paseo que organizaron las damas de la parroquia para que los padres pudieran asistir a las festividades religiosas con dedicación y como su madre era respetada y reconocida, no tardaron en involucrarlo a las actividades de los grupos infantiles de la iglesia.

Pasaron luchando por la sala, sin encender la luz, tropezaron con los muebles, riendo bajo, respirando fuerte, arrancándose la ropa, la frustración, la rabia y el olvido. Liberando los torrentes de ausencia, guardados en el alma desde hace tantos años,

dejando que se desmadraran los aluviones de ”te amos” contenidos por represas de apariencia social.

Pasaron la noche juntos. Y el día, y la tarde, y la

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madre algo respecto a lo que pasaba, le encantaba oírla llegar cantando, verla arreglarse con vestidos de colores y no con el traje negro de cada día. Ahora ella le preparaba dulces, le decía amor y jugaba persiguiéndolo por la casa. Aunque a veces llegaba más tarde de la hora que normalmente llegaba antes a la casa o de madrugada, con tal de tener a su lado a esta nueva y mejorada madre, Hader no le iba a hacer un berrinche, además era todo un hombre de 13 años, no le tenía miedo a la oscuridad y se sentía lo suficientemente fuerte para hacer frente a cualquier facineroso.

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43 Aprovechó uno de sus muy escasos días de descanso y se fue con su hijo, ahora un atlético adolescente, al rio. Pasaron todo el día juntos, navegaron en una canoa, pescaron y hasta nadaron en la orilla. Hader no cabía en la ropa de la felicidad, ¿Cómo no estar loco de felicidad si desde que nación jamás había pasado un día así con su madre? En la tarde se sentaron en el parque y ella le cogió la mano izquierda y la puso sobre su vientre:

-vas a tener un hermanito mijo-

Él se puso pálido, se levantó de la silla, puso las manos atrás, como un adulto, caminaba de un lado a otro sin mirar a Maribel, que se estaba asustando.

–Tendré que buscar trabajo - dijo Hader sin voltear la

mirada a su madre. –no puedes seguir trabajando, eso

le haría daño al chino – continuó – le diré al cura que

me contrate para hacer aseo a la iglesia, o a don David, el de la tienda que me pague por entregar los

mandados –

Maribel con los ojos llenos de lágrimas lo apretó contra su pecho y lo bendijo

– eres el hombre de la casa mijito, eres mi Ángel de la

guarda -.

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frutas y regalos para Maribel, que ya manejaba bien el nuevo embarazo y la actividad física le ayudaba bastante. Por otra parte su salud era mucho mejor que durante el embarazo de Hader así, que no tuvo que dejar su labor en las mesas, cuidando eso sí, de dormir bien y dedicarle tiempo a su hijo mayor.

Más o menos sobre el octavo mes, Miguel se quedó todo un fin de semana en la casa aprovechando que el grupo de niños de la parroquia estaba de campamento

en la cercana región conocida como “el caserío de los monos” un incipiente parque natural en las

inmediaciones de Ricaurte, Cundinamarca, y regresarían hasta la mañana del lunes. Pintó toda la casa de Maribel y puso especial cuidado en la decoración de la nueva habitante de la familia, porque el médico del puesto de salud ya les había dicho que era niña.

Se llamara Lucinda como mi mamá – sentenció

Miguel.

-¿Lucinda?- le dijo Maribel asombrada

Si Señora, y ojalá le cambies el nombre, es el de mi

mamá .por favor entiende que es la única forma que la

abuela la reciba... Es mejor para todos- .

No discutieron más y se aplicaron a la decoración de la casa, compraron un moisés10 grande y muy bonito

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45 para la nueva reina de la casa, instalaron un móvil en la pared y un mosquitero en la ventana. Sobre las tres de la tarde del domingo, Miguel cogió carretera, y desde ese día, desapareció del pueblo hasta casi cinco años después. Las cartas que Maribel recibía decían que estaba en los llanos orientales, trabajando con una empresa ganadera internacional, siempre prometía que el próximo mes llegaría sin demora. Cada carta que le enviaba Maribel en respuesta, era devuelta porque la dirección no existía o eran enviadas desde oficinas de correo en las ciudades en las que paraba.

Eso sí, hay que decirlo, cada mes le giraba dinero para su sostenimiento de tal manera que pudo reducir sus turnos de trabajo en las últimas semanas del embarazo. Tal vez, si Maribel le hubiese contado a Hader quien era el papa de su hermanita, hubiera evitado la tragedia que se avecinaba sobre la familia. Llegaron 20 detenidos más a la marranera en la que nos tenían presos. Ocho de ellos hacían parte de una

banda de asaltantes llamada “los osos”, que, como

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estratégicos de la jaula. Cuando termino la requisa, ellos entraron y se sentaron en el suelo del pasillo frente a la celda, reían estrepitosamente, supongo que estaban más asustados que contentos porque era una risa fingida, nacida de un grupo que necesita posicionarse.

Hader me mando a llamar con “aguapanelo”, otro

preso del que ya tendré oportunidad de hablar más adelante, con él me dió la orden de llevar todas mis cosas al baño y esperar allá. En la cárcel se obedece sin preguntar. Cogí rápidamente la bolsa de basura en la que me habían hecho guardar la ropa, la cobija que me trajeron de la casa y la colchoneta, envolví todo mientras pensaba dos cosas: o bien Hader le iba a

vender mi espacio a los “osos” o algo grave iba a

pasar.

Cuando los otros presos me vieron recoger mis cosas, comenzaron a agruparse contra la reja de la jaula para impedir la vista hacia el interior por parte de los policías. Medida por demás innecesaria, porque podíamos matarnos y a ellos no les hubiera importado nada.

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47 requisara, los revisé y los iba pasando después de comprobar que no estaban armados, al cubículo de al lado, allí, en la ducha los iban desnudando dejándolos en interiores, camisilla y chanclas. Cuando salieron de la ducha, los llevaron a empujones al fondo de la jaula, donde Hader, con tres de los más peligrosos de sus compañeros, los reunieron y les dijeron el discurso de bienvenida que, groserías más, palabrotas menos, se resumía en: aquí todo tiene un precio. Hader era el

“pluma”11 o “llevaba la vuelta”12 como se dice en el

ambiente de la cárcel. En adelante debían pagar la

“traba”13 de todos los muchachos un día a la semana.

Si querían tener celular debían pagar por él, si tenían visitas extraordinarias, debían pagar por ello y si

querían dormir lejos del baño…. Si, adivinaron,

también debían pagar por ello.

Sus muchachos le pasaron a Hader la mejor chaqueta. El propietario, un hombre de unos treinta años que doblaba a Hader en tamaño, lo miró con desprecio. Hader se puso frente a él, y de un solo puño lo puso a dormir contra la reja. Todos quedamos callados.

Desde ese día, los “osos” pasaron a ser de peluche porque se sometieron al “pluma” sin la menor molestia.

¿Por qué a mí nunca me dijeron eso, ni me pegaron, ni me robaron? Poco después él mismo contestaría esa pregunta sin que tuviera que hacérsela. Todo regresó a la normalidad. Yo volví a mi esquina, ahora

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posicionado frente a las “ratas”, porque todos vieron

que Hader me había protegido y además me había

dado la confianza de verificar que los “osos” no

estuvieran armados.

Llegó el momento de una nueva salida de la parroquia para los niños del pueblo con ocasión de la celebración del día del niño. Irían en grupo hasta un parque temático que había en las afueras del pueblo y pasarían allí todo el día. La parroquia informaba, en los volantes a los padres, que los niños regresarían a las 8:00 de la noche. Maribel aprovecho la ocasión para arreglarse y arreglar la casa. Justo ese día en la mañana, al fin estaba confirmado que llegaría Miguel a Girardot,

y ella aprovecharía para hablarle de sus planes a futuro, entendía que no podía exigirle a Miguel que se quedara con ella, y por eso tenía pensado regresar con sus dos hijos a Mariquita. Había escuchado en la televisión que el gobierno estaba ayudando a recuperar la tierra despojada a los campesinos y ¿quién quita? De pronto podía recuperar la finca de sus abuelos y sus padres. . Pero como siempre, en la partitura de la vida de Maribel y Hader, aparecía de nuevo el compás de la tragedia.

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49 amplio, adornado de flores y cuatro mecedoras de esas que suelen usarse en tierra caliente.

Le narró de los increíbles paisajes de los llanos orientales, de la frontera con Venezuela, del comercio de Ganado, de su visión renovada de comprar ganado a bajo precio, engordarlo y venderlo bien en las plazas de los pueblos de la carretera, luego, durante el almuerzo, ella le contó de sus planes y el, en contra de lo que ella imaginaba, la abrazó llorando de felicidad. Le dijo que ya quería vender el camión y que si ella lo permitía, a él le gustaría dedicarse al campo. Se recostaron a la hora de la siesta y Maribel se quedó profundamente dormida.

Sobre las 3:00 pm, Miguel se levantó y fue al baño. En ese momento Hader entraba en la casa, acostumbrado a que no estuviera su madre, se dirigió directo a su cuarto para dejar la maleta, desilusionado porque no había podido conocer la montaña rusa que tanto había promocionado el padre Juancho para vender los cupos del paseo. Luego pasó al cuarto de su hermanita y vio que estaba profundamente dormida, la brisa hacia balancear el móvil e hinchaba el mosquitero con la perezosa temperatura de la tarde. Como de costumbre se asomó a revisar todos los cuartos para verificar que no se quedaran las ventanas abiertas y de pronto se metiera algún bicho en la casa y picara a su princesa.

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sin sentido y entonces escuchó un ruido en el baño. Retrocedió hacia la pared del corredor y entonces lo

vio… sintió que se le helaba la sangre, era el mismo

borracho el que había defendido hace varios años a su mamá, seguramente la había atacado mientras él no estaba y ahora le había hecho daño y la había arrojado sobre la cama. Se deslizó en silencio hasta la cocina y cogió un enorme cuchillo que Maribel usaba para matar las gallinas los días de festividades. Se envolvió un trapo en la mano y se acercó al cuarto, la puerta estaba entre abierta, tomo aire, agarró impulso y con un grito feroz que salió desde lo profundo de su corazón de hijo, se abalanzó sobre Miguel clavándole una y otra vez el cuchillo en el cuello y la espalda. Maribel se despertó asustada, y quedó paralizada del terror. Frente a ella, con el rostro desencajado, su hijo, bufaba como un toro, completamente cubierto en sangre con el cuchillo de matar gallinas en la mano izquierda. En el suelo, junto a la cama en un charco de sangre estaba Miguel, pálido como un papel, con los ojos vidriosos. Maribel no sabía sobre cuál de los dos abalanzarse, si sobre el moribundo Miguel que agonizaba víctima de una certera puñalada en el cuello justo sobre la vena yugular, o sobre su hijo que ahora, presa del pánico al ver lo que había hecho había botado lejos el cuchillo y lloraba acurrucado en un rincón del cuarto. Cuando llegó la Policía, solo estaba Maribel junto al cuerpo, sentada en la cama mirándolo fijamente.

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criminal o “malicia indígena” como el mismo me dijo,

corrió a refugiarse en la parroquia, donde el cura al verlo cubierto de sangre, lo había puesto de patitas en la calle ante el estupor de los transeúntes.

Pronto fue capturado por la policía y puesto “al cuidado de la policía de menores y la custodia del ICBF14”. O al

menos eso decía el acta de ingreso a los calabozos de la policía de Girardot. Pero la verdad de su captura es más terrible que eso. Dos policías que llegaron en una moto, se abalanzaron sobre el con patadas y golpes. Lo esposaron a la parte de atrás de la moto y lo hicieron correr a la vista de todo el pueblo, esposado, lleno de sangre, descalzo, por las calles de Girardot hasta la estación de Policía, donde lo arrastraron literalmente a pesar los gritos de reclamo de los transeúntes hasta un putrefacto calabozo donde había toda clase de delincuentes. Hader escuchó cuando el policía de la guardia le preguntó a sus captores la razón de traerlo y meterlo al calabozo, y uno de los policías contestó:

- “yo no sé, estaba lleno de sangre frente a la iglesia, algo malo tuvo que haber hecho ¿no?”-.

Cuando la vista del confundido niño se acostumbró a la oscuridad de la celda comenzó a ver siluetas que se movían hacia él. Eran los otros presos que querían

robarlo y propinarle otra paliza, por “nuevo”.

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Capitulo III:

La rata

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53 perfil de retenidos al que estaba acostumbrado. Como cuando me capturaron estaba en traje de paño, al verme llegar rodeado de detectives del CTI, pensó que era un fiscal, cuando le entregué mis objetos personales al custodio, pensó que era un abogado y cuando vio que entraba saludando a todos de mano, pensó que era un mafioso. Curiosa interpretación viniendo de alguien tan experimentado en la cárcel.

Hader era el único que hablaba con los policías de la guardia, así como el encargado de recibir a los nuevos a quienes les asignaba desde el lugar de

dormida, incluyendo la costosa gestión de los “lujos de la cárcel”, donde es en realidad un verdadero lujo tener

una colchoneta decente, poderse bañar el cuerpo o ver televisión. Podía lograr que la Policía le trajera desde un celular de alta gama hasta un arroz chino en medio de la madrugada. Incluso escuché cuando el custodio le solicitó por radio a otro policía que le trajera pollo. Los balances de poder dentro de las rejas es diferente porque los custodios tienen miedo a la violencia de los presos, porque siempre, sea con el INPEC o con la Policía, por la evidente escases de personal, quedará un solo hombre desarmado para controlar más de 200 personas llenas de odio y frustración.

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panes (que de lo duros servían eficientemente de proyectiles). Pronto llegó la nube verde compuesta por innumerables policías de la SIJIN que intentaron entrar por la estrecha puerta de la reja y fueron repelidos a punta de huevos y café caliente. Al poco rato llegó el ESMAD15 de la Policía que nos atacó con chorros de agua a presión, y gases lacrimógenos, pero también fueron rápidamente repelidos.

Mientras estábamos todos enfrentando a la policía, cuatro retenidos estaban debilitando los barrotes de la parte trasera de las celdas de la URI con unas seguetas. La defensa de nuestro pequeño bastión era muy sencilla porque estaba localizado en un segundo piso, al que se accedía por una estrecha escalera que solo permitía el paso de una persona lo que obligaba a los policías a intentar subir uno a uno. Como habíamos ganado la entrada principal de la reja, estábamos justo en la boca de acceso, por lo que al policía que subía, le llovían huevos, zapatos, chanclas, café caliente, agua y las mismas granadas de gas que nos disparaban, esta escena diría yo que fue bastante divertida a pesar del peligro inminente que revestía un desafío de esa magnitud a la autoridad.

Hader era el encargado de devolver las ojivas de gas por el balcón, con lo que se tenía a raya a los numerosos policías que intentaban entrar. Supongo que ese día fue que se dieron cuenta de lo absurdo de tener ese tipo de instalaciones para 200 personas encerradas en un segundo piso, son una entrada

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55 localizada a lo alto de una escalera tan estrecha que solo dejaba pasar una persona. En un momento de descuido varios ESMAD nos ganaron la entrada y ahí si fue Troya.

En mi vida jamás me habían pegado tanto tantas

personas, garrotes, botas, cascos, y escudos… pero

una vez más Hader, mi amigo y escolta, me arrebató de la policía y me arrojó debajo de una de las bancas de cemento a cubierto con las colchonetas, pero hasta allí llegó la nube de gas y tuve que salir corriendo hacia el baño. Todo era confusión, escudos partidos, gritos, groserías, gas lacrimógeno, pedazos de colchoneta, comida, y toda clase de objetos duros, blandos grandes, pequeños, caían sobre la policía mientras los encargados de vencer los barrotes confirmaban la tarea y mandaban las seguetas y los cuchillos al calabozo de abajo por uno de los ascensores.

Cuando todo terminó, los policías tenían más cara de susto que nosotros. Absolutamente pálidos nos encañonaron con rifles de paint bal16l y el lanzador de granadas de gas. Nos pusieron de rodillas y nos esposaron boca abajo. El silencio era total, mientras nos reducían, abajo de las escaleras se escuchaban órdenes militares mezcladas con gritos de mujeres (las familias de algunos de nosotros estaban afuera de la URI luchando por entrar). Entonces subió el capitán comandante del cuerpo de reacción. En medio del

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caos, me sorprendí pensando estúpidamente: “yo creía que el gas ardía más” y me dio risa descubrirme

allí, en medio de esos gladiadores que habían enfrentado al escuadrón móvil antidisturbios, la SIJIN y al CTI a punta de huevos y pan.

Nos llamaron uno a uno y nos fueron sacando. Yo pensé que nos iban a trasladar, pero nos aislaron en unas oficinas que quedaban en el mismo piso pero después de otras escaleras paralelas. La gente de la celda del primer piso nos gritaba palabras de ánimo e insultaban a la policía. Poco a poco la calle frente a la URI se fue llenando de gente que reclamaba por su familia. El objetivo de llevarnos a esas oficinas era requisarnos, identificarnos, reseñarnos y pedir nuestra versión. Todos dijimos lo que Hader nos había indicado, que estábamos cansados del maltrato y la

tortura, que la comida era pésima… en general todo el

discurso de siempre.

Cuando regresé a la celda, habían reducido el grupo a menos de 50 personas, entre los que quedamos

estábamos Hader, “Aguapanelo” y Yo. Suspire

aliviado, porque mientras Hader estuviera presente, mi Status Quo seguiría incólume.

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un “calabozo especial para menores de edad” pero la

verdad era que allí, como en todas las celdas de detención temporal de la Policía, se mezclaban hombres, mujeres, niños y adultos, infractores y temibles delincuentes.

A los dos días llegó un supuesto defensor de familia a constatar el estado del menor. Lo entrevistó a través de la reja, impasible frente a la evidente circunstancia de violación de derechos a la que estaba sometido Hader. Él lo único que pedía era saber si su hermanita estaba bien, que no le fueran a decir donde estaba que por favor lo dejaran salir que todo era un mal

entendido …las palabras salían atropelladas de la

boca del asustado chico mientras los otros presos

reían de ver como temblaba de susto. El “defensor de familia” (comillas intencionales), le dijo que tranquilo,

que el ICBF se encargaría de él y que todo sería mejor. Después de esa promesa, pasaron cuatro años y jamás volvió a verlo.

Cuando fue presentado al juez para la legalización de captura, el operador judicial se disgustó con el policía porque se enteró que estaba en los calabozos de la estación de policía y ordenó su traslado inmediato al

centro de detención de menores “El Redentor” de

Bogotá en el menor tiempo posible. Y para la Policía

el menor tiempo posible” fueron cuatro meses y

medio. En ese tiempo el pequeño defensor de su madre conoció la marihuana, tuvo que pelear por su

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delincuencia local y aprendió a hacer cuchillos con láminas de metal sacadas de las puertas de los baños.

Mientras tanto, se llevó a cabo el entierro de Miguel. Maribel tuvo que enfrentar el rechazo y la censura de todos en el pueblo. ¿Cómo la honorable viuda del comandante de la Policía permitió que su hijo asesinara a su amante en su propia casa frente a su hijita? La vida se le volvió un infierno. Tenía que enfrentar el dolor de la perdida de Miguel, el rechazo y los comentarios descomedidos de la gente, el cuidado de su hija, la manutención de la casa sin la ayuda de Miguel y para completar la cárcel de su hijo, asesino de su gran amor. Tuvo que someterse a trabajar en tabernas de mala muerte y puestos de venta de comida en la carretera porque ya nadie la quería en los

restaurantes “decentes”. Debió dejar a la bebé en la

casa de una vecina y correr los días de visita para poder alcanzar a ver a Hader los 20 minutos que le otorgaban los custodios por dos mil pesos, a través de una reja fría que no le permitía abrazar a su defensor.

Un día lo notó extraño. Parecía que no había dormido ni comido y su aspecto era muy desaliñado. Le preguntó la razón de eso y él le mintió diciéndole que

era el encierro pero que tranquila que “todo estaba bien”. Pero el corazón de madre le avisaba que algo

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