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B ORRAR LA MEMORIA Y

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 118-125)

PROGRAMAR LOS NUEVOS CEREBROS

Para el mantenimiento de la mentira de la teoría de la infección entre la clase médica, es decir, para seguir con el próspero negocio de la venta industrial de inmunidad, ha sido necesario mantener el fraude de la paranoia a nuestros gérmenes durante todos estos años y, para lograrlo, ha sido necesario que la bestia y su C.C.I. hayan manipulado durante todo este tiempo y hasta límites insospechados la formación científica que han impartido a los aprendices de médico desde los años 50 a esta parte; este médico que escribe, desde la perspectiva que le proporciona el tiempo y recordando su época de estudiante y, sobre todo, libre ya de ingenuidad por haber conocido a la bestia, comprendió que efectivamente su educación como médico en los años 70 y la de todos los de su generación y posteriores, hasta nuestros días, había sido y estaba siendo manipulada con el objetivo de mantener fuera del alcance de los aprendices de médico el conocimiento de la existencia y funciones de nuestra microbiota y, con ello, poder mantener en el mercado médico el rentable negocio del miedo ante nuestros propios gérmenes. Con el tipo de información distorsionada que se imparte en la facultad, hasta el día de hoy, los estudiantes no pueden ser conscientes de que se les oculta el conocimiento de la microbiota humana y, por eso, ha sido posible mantener en vigencia, y sin posibilidad de discutirla, una teoría médica totalmente falsa, obsoleta y superada; una teoría desmentida por la propia realidad científica comprobada repetidamente por muchos microbiólogos anónimos a lo largo de todo el siglo XX.

Los médicos actuales que conocen la existencia de la microbiota y, que por tanto, no creen en las enfermedades que se le atribuyen son, como decimos, bastante escasos; pero el lector debería saber que la mayoría de los catedráticos y médicos en activo de la primera mitad del siglo XX sí que conocían la existencia de la microbiota, aunque todavía no la llamaran así; aunque le parezca sorprendente al lector actual, la mayoría de ellos hasta la Segunda Guerra Mundial… eran conocedores del carácter inofensivo de nuestros gérmenes y, por eso, se opusieron frontalmente a la teoría de la infección y al consumo totalmente ilusorio y falaz de inmunidad industrial que la bestia y su

C.C.I. proponían con insistencia por medio de una gran presión publicitaria a través de la prensa y también con la concesión de muchos premios internacionales a los médicos que insistían en el peligro que representaban los

microbios; toda esta propaganda fue ganando terreno lentamente para poder implantar la mentira de la nueva teoría de la infección y poder así iniciar el gran negocio, cosa que se lograría de manera definitiva a partir de los años 50 del siglo pasado.

Hay que agradecer a la mayoría de médicos de la primera mitad del siglo XX esa actitud empecinada contra la utilización de vacunas y químicos para combatir a nuestros propios microbios que proponía la incipiente medicina industrial, puesto que, por haber sido esta posición contraria a la teoría de la infección una opinión mayoritaria entre los médicos hasta los años 50, protegió a la población de esa época de la incipiente iatrogenia industrial y la libró de convertirse masivamente en una población de cobayas humanos, como ocurrió después; por tanto, hasta esas fechas, la sociedad humana occidental todavía estaba formada por gente de la especie homo sapiens o, como los llamaríamos ahora, humanos naturales sin conservantes ni colorantes que nunca habían sido vacunados de nada ni tomaron nunca antibióticos, puesto que sus médicos todavía no creían en la teoría de la infección ni tampoco creían que fuese posible otorgar inmunidad industrial a los seres humanos por mucho que éstos la desearan.

Pero esa opinión mayoritaria entre la clase médica de considerar imposible la venta de inmunidad y la de considerar a nuestros microbios como seres inofensivos que habitaban nuestro organismo en simbiosis amistosa y cooperante fue cambiando bajo la presión oficial y convincente de la bestia, su

C.C.I., su industria y su prensa, que con su gran poder de convicción pudieron hacer desaparecer de la mente de médicos, estudiantes y ciudadanos el conocimiento de la existencia en todos los humanos de la microbiota o de nuestros gérmenes como simbiontes y sustituirlo por la mentira de la teoría de la infección o la paranoia tóxica y sin sentido biológico que todos conocemos y practicamos consumiendo tóxicos sin cesar desde los años 50 y 60 del siglo pasado.

Pero el lector quizá se pregunte… ¿Cómo se ha podido ocultar la existencia de la microbiota humana en los últimos 60 años?… ¿Cómo ha podido desaparecer la opinión mayoritaria de los médicos de la primera mitad de siglo, que conocían la naturaleza pacífica de nuestros gérmenes?… ¿Cómo y por qué ha terminado dominando totalmente la visión paranoica sobre la visión más real, es decir, la de que nuestros microbios viven en nosotros en simbiosis armónica?… ¿Cómo ha sido posible mantener esa gran mentira durante tantos

años?

La respuesta a todas estas preguntas lógicas es la siguiente: la C.C.I. y su docencia han hecho todo lo posible, manipulando la enseñanza en la facultad, para que toda esa realidad biológica, la existencia de nuestra microbiota humana, perfectamente conocida por los médicos de la primera mitad del siglo XX, no fuera conocida por los estudiantes de medicina que han sido preparados desde los años 50 hasta nuestros días. La noción de que nuestros gérmenes son inofensivos y que viven en simbiosis con nosotros mismos siempre ha estado ahí, pero se ha tenido como materia reservada o, por decirlo de otra manera, ha sido tratada como un alto secreto que los estudiantes no debían conocer en ningún momento… y hay que reconocer que la C.C.I. y su docencia, con la manipulación de la enseñanza en las aulas de las facultades de Occidente, diseñada desde los años 50 en adelante, consiguieron llevar a cabo esta difícil tarea de ocultación de la realidad biológica; por eso la casi totalidad de médicos en activo, en la actualidad, desconocen la existencia y el sentido biológico de la microbiota humana.

Vamos a explicar al lector cómo pudo ocultar la C.C.I. y su docencia médica la existencia de nuestra microbiota a las múltiples generaciones de médicos formados en las universidades desde los años 50, y para ello vamos a relatar cómo fue y sigue siendo, incluso en la actualidad, la docencia de los aprendices de médico: el autor de este ensayo y sus compañeros de promoción, al llegar al tercer curso de carrera, se encontraron con una curiosa asignatura que formaba parte del programa lectivo de ese año; la asignatura en cuestión era concretamente la de historia de la medicina. Es una asignatura que no tiene contenido técnico ni biológico, pero que tenía sentido teórico e intelectual y, desde luego, tenía sentido histórico; durante décadas, estudiar la historia de la medicina de Occidente estuvo en uso en el programa oficial de estudios de medicina como una asignatura que estudiaba el pensamiento teórico y los métodos de los médicos de la antigüedad y sus escuelas (Hipócrates, Galeno, Dioscórides, Avicena, Maimónides…), sus puntos de vista sobre la salud y la enfermedad, sus técnicas médicas y quirúrgicas y sus puntos de vista sobre los distintos aspectos… Todo este conocimiento histórico se consideraba importante para la preparación intelectual de los aprendices de médico hasta los años 50;

pero desde entonces se dejaron de impartir clases, es decir, se suprimió la enseñanza lectiva de la historia de la medicina aunque, extrañamente, las cátedras de historia de la medicina no desaparecieron de la facultad y todavía

existen en todas las facultades de medicina de España.

Los estudiantes valencianos de los años 70 desconocedores de esa extraña circunstancia de la susodicha asignatura, cuando acudimos a la primera clase, nos llevamos una sorpresa que, en principio, nos resultó bastante simpática: el mismísimo catedrático Dr. José María Piñero en persona vino a comunicarnos que nos “amnistiaban” o nos “dispensaban” a todos los estudiantes del esfuerzo de preparar la asignatura de historia de la medicina y que la razón de ello era que no se iban a impartir clases de esa asignatura y no se iban a hacer exámenes de ella al final de curso, puesto que se daba como aprobada en todos los “currícula”

de los alumnos; y que, como la teníamos aprobada por “la cara”, deberíamos aprovechar el tiempo que se nos regalaba y utilizarlo para preparar el duro programa lectivo que tenía el resto del curso que acabábamos de empezar…

¡Qué maravilla!… pensamos todos los educandos… puesto que se nos aprobaba una asignatura por nuestra cara bonita, sin tener que dedicarle ningún esfuerzo y, además, a principio de curso… ¿Quién podría tener problema con ello? Como aplicados educandos que pretendíamos ser, aceptamos con confianza aquel

“regalito” que nos hacían y, efectivamente, llenamos el tiempo que deberíamos haber dedicado a la curiosa asignatura de historia de la medicina, extrañamente amnistiada, a otros menesteres.

En aquel momento, como ingenuo estudiante, me alegré de que me aligerasen la carga de estudio, pero no comprendí ni me pregunté cuál podría ser la razón de que existieran cátedras de historia de la medicina en todas las facultades de medicina si resultaba que esta asignatura no era obligatoria ni tenía ningún tipo de interés académico; sabía, sin embargo, que en décadas anteriores a nuestra época de estudiantes en los años 70 sí que se impartían clases de historia e imaginaba que seguramente, en esas clases que ya no se daban, habría exposición de puntos de vista diferentes sobre la salud y quizá hubiesen charlas, relatos sobre los antiguos maestros y quizá, incluso, debates sobre diferentes ideas y escuelas médicas a lo largo de los siglos… ¿Qué pasaba entonces?…

¿Por qué, de repente, no interesaba la historia en esa época nuestra?… La resolución del misterio de la supresión de la asignatura de la historia de la medicina se me hizo evidente muchos años más tarde, cuando ya tenía consciencia de la existencia de la bestia; efectivamente, desde mi exilio y ya sin ingenuidad, comprendí cuál era la intención de habernos suprimido la asignatura de historia de la medicina; esa supresión tenía una intención oculta y espuria, esa supresión quería impedir que nosotros, los estudiantes de los años 70 y los de

después, no supiéramos nada o no tuviéramos la menor noticia de los fuertes debates y enfrentamientos académicos que se habían producido entre aquellos dos grupos de médicos enfrentados a principios del siglo XX: los debates que se habían producido entre los médicos que negaban la teoría de la infección contra o enfrentados a los que la afirmaban; la bestia y su docencia médica suprimieron la asignatura de historia de la medicina con la intención de que los estudiantes no tuviesen la menor noticia de las diferentes opiniones médicas que sobre la teoría de la infección se enfrentaron a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando eminentes médicos como Rudolf Wirchof, premio Nobel y padre de la teoría celular, Claude Bernard, catedrático de fisiología de París e introductor en la medicina experimental y muy admirado por profesores y alumnos de mi propia época, se opusieron con razones contundentes y científicas a las opiniones del industrial Louis Pasteur, que además no era médico, y a Robert Koch, que fueron los “creadores” de la teoría de la infección y que defendían la novedosa y falaz opinión de que nuestros microbios eran agresivos y los causantes de las enfermedades infecciosas. Al suprimir la asignatura de la historia de la medicina, los estudiantes valencianos de después de los años 50 nunca supimos que eminentes catedráticos de nuestra propia facultad como el Dr. García Moliner, el Dr. Juan Bautista Peset y Vidal y otros muchos catedráticos españoles de esa época habían escrito artículos criticando la utilización de vacunas y refutando la opinión de que nuestros microbios fueran productores de enfermedades.[37] Nunca supimos de las opiniones de estos médicos que se oponían a la teoría de la infección porque, simple y llanamente, nuestros profesores de historia de la medicina nunca nos impartieron clases de historia y nunca hablaron de ellos ni de sus enfrentamientos con los creadores de la mentira que introdujo en la medicina del siglo XIX la novedosa paranoia a nuestros microbios. Nunca nos hablaron de que, en Europa, la mayoría de médicos y de catedráticos de la mayoría de las facultades de medicina y biología se oponía a la novedosa e interesante, para la industria, teoría de la infección.

Nosotros, los estudiantes de mi generación y posteriores, no estudiamos historia de la medicina y nunca supimos nada de esos debates y enfrentamientos entre médicos que habían tenido lugar unas pocas décadas antes.

Años más tarde, cuando ya era un doctor nadie y ya conocía a la bestia y sus intenciones, comprendí el verdadero sentido que tenía ese “regalito” que nos habían ofrecido a los estudiantes haciéndonos más fácil el tercer curso académico; comprendí que el que nos aprobaran la asignatura de historia, por nuestra cara bonita, en realidad era un regalo de la bestia que tenía la intención

de ocultar algo que era de suma importancia para la educación veraz y objetiva de los estudiantes de medicina[38]: la supresión “de facto” desde los años 50 y 60 de la asignatura de historia de la medicina tenía entonces y tiene ahora el propósito claro de ocultar a los estudiantes, entre otras cosas, unos hechos históricos de la reciente historia de la medicina que, si hubiesen sido conocidos por los propios estudiantes, por lógica y necesariamente, les hubiese llevado a debatir e, incluso, a cuestionar la teoría de la infección que la bestia y su docencia médica explicaban en las clases a los alumnos de medicina sin decirles nada de que habían existido grandes médicos que negaban la veracidad de tal teoría; en efecto, para imponer la falsa idea de la agresividad de nuestros microbios era capital que los estudiantes no conocieran y no tuvieran noticia alguna de que la mayoría de los médicos de antes de la Segunda Guerra Mundial no consideraban a nuestros microbios como entes peligrosos y alienígenas y que no les hacían responsables de enfermedades mortales y de que, de una forma casi unánime, la inmensa mayoría de ellos estaban de acuerdo con la sentencia del Dr. Claude Bernard que afirmaba: “en la salud y la enfermedad, el microbio no es nada; lo importante es el equilibrio del medio interno”.

Hemos escrito este ensayo para llevar a la atención del lector la realidad que él mismo puede comprobar, buscando a estos autores médicos a través de internet, de que durante toda la primera mitad del siglo XX la mayoría de médicos conocían y consideraban que nuestros microbios eran benéficos para nosotros y vivían en simbiosis mutuamente beneficiosa. Y para denunciar que a la bestia y su docencia médica, que se ha encargado de preparar a los aprendices de médico en estas últimas décadas, no le interesaba que se supiera nada del verdadero sentido biológico de esos seres microscópicos que viven en nuestro interior, puesto que la verdad les hubiese impedido hacer el gran negocio que han hecho, por esa razón, ni este médico que escribe ni sus compañeros de promoción ni los que vinieron después tuvimos la más mínima oportunidad de enterarnos de la realidad de que los médicos de antes de los años 50 conocían a su manera la existencia de nuestra microbiota humana.

Si los estudiantes de mi tiempo y los que han venido después hubiésemos estudiado la historia de la medicina como siempre se había hecho, necesariamente nos habríamos tenido que enterar de que grandes médicos a los que admirábamos por su conocimiento, como los que hemos nombrado, y la mayoría de catedráticos de todas las universidades de Europa se opusieron con

ferocidad y con datos científicos a la teoría de la infección y a la introducción de las vacunas en la medicina de antes de los años 50.

Si a los estudiantes no nos hubiesen secuestrado la memoria histórica con ese “regalito” de aprobarnos la asignatura sin estudiarla, podríamos haber leído a esos maestros de medicina que se oponían a la teoría de la infección y cuáles eran sus razones; hubiéramos sabido, discutido y comparado sus conocimientos con lo que se nos enseñaba en las clases teóricas sobre los microbios… pero todo eso no ocurrió porque de haber ocurrido… los médicos actuales conocerían la existencia y el verdadero sentido biológico de la microbiota y, contando con ese conocimiento, no hubieran vacunado ni vacunarían a nadie, ni prescribirían antibióticos, es decir, no creerían ni practicarían la paranoia tóxica que han practicado y llevan practicando durante más de 60 años y, como consecuencia, no habrían colaborado a la iatrogénesis general, casi total, de todos los ciudadanos de Occidente.

Si los estudiantes de mi época y los actuales hubiésemos sabido que se conocía la existencia de la microbiota humana desde hacía décadas o, al menos, nos hubiesen informado de que le habían concedido a Dr. Jushua Lederberg el Nobel en 1958 por descubrirla y mostrar que nuestros microbios tenían una función de simbiosis, nos hubiésemos abstenido de intoxicar a toda nuestra población con productos industriales antisépticos y antibióticos.

La supresión de la asignatura de historia de la medicina, ese apetitoso regalo que la bestia hizo a los estudiantes de medicina desde los años 50, era otro “lobo vestido con piel de cordero” que les ha producido una laguna de memoria, una amnesia planificada de manera descarada que les ha impedido el acceso al conocimiento de la existencia y la verdadera naturaleza de nuestra microbiota humana y, como consecuencia de ese secuestro de la memoria, se han convertido en distribuidores comerciales de la floreciente industria farmacéutica y gracias a esa colaboración, conseguida por la supresión de la asignatura de historia de la medicina, se ha podido mantener en el tiempo la lucrativa teoría de la infección, un negocio satánico que ha supuesto la iatrogenia despiadada de toda la población de la “sociedad del bienestar”.

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