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E JERCER LA MEDICINA FUERA DE LA LEY

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 60-66)

resfriado, a la menor diarrea… la gente les temía y les marginaba… y ellos, ante la información oficial y mediática constante, estaban cada vez más convencidos, por efecto vudú o por efecto de la inducción psíquica, que es lo mismo, de que lo que tenían en su interior les iba a matar sin remedio… y, por si eso fuera poco, muchos de ellos además se entregaron a la medicación tóxica (el AZT) y murieron envenenados de la mezcla mortal de iatrogenia psíquica y química.

El médico de pueblo que, además, no era nadie, tenía que convencerles de que ese peligroso virus no existía y que no debían creerse que estaban condenados a morir por necesidad y que, en realidad, estaban sanos y que lo único que debían hacer era cuidarse como todo el mundo y no creer en toda la información que les llegaba por todas partes y a todas horas; tenía que intentar protegerles del efecto vudú con razonamientos lógicos; la tarea era verdaderamente difícil e, incluso, imposible en la inmensa mayoría de casos;

además, debía convencerles también de lo tóxica y peligrosa que era la medicación oficial que les había prescrito el sistema oficial de salud y lo importante que era que la dejaran de tomar para poder conservar la salud y salvar la vida.

Con esta conducta médica rebelde ante la doctrina oficial y mediática que le exigía su conocimiento y su consciencia de saberse cuerdo, el médico disidente era perfectamente consciente de que, por primera vez, ejercer su oficio con responsabilidad era enfrentarse a una “alucinación colectiva” con efecto vudú o con efecto iatrogénico psíquico imposible de hacerla desaparecer de la mente de los pacientes y, además, era oponerse al tratamiento oficial en todo el mundo occidental; además, era consciente de que eso que tenía el deber de decir y de hacer era ir en contra del dogma indiscutible y oficialmente asumido que proponía la C.C.I. y, por si fuera poco, pronto se iba a enterar de que la ley le iba a convertir en un peligroso delincuente al que poder perseguir y castigar por oponerse a esa alucinación colectiva.

El médico disidente sabía que se estaba metiendo en la boca del lobo cuando empezó a recibir amenazas legales de familiares de pacientes que querían demandarle por inducirles a dejar el tratamiento tóxico oficial, y esto le hizo comprender que no sólo se enfrentaba a sus superiores académicos sino a algo más grande; empezó a darse cuenta de que, en realidad, se estaba enfrentando a un poder formidable que dominaba y dirigía todo a todos los niveles en toda la

“sociedad del bienestar”: la universidad, la legislación, la prensa, los gobiernos… Todo el entramado social estaba bajo el poder de algo indefinido,

algo así como una mente única, un alguien… que tenía un carácter inequívocamente macabro, malvado y satánico que no podía definir con exactitud… pero era algo o alguien… que había creado el fraude del sida y le interesaba mantenerlo… Ese algo o alguien estaba ejerciendo un efecto vudú sobre toda la sociedad moderna, estaba provocando un fenómeno de iatrogénesis general en gran parte de la población. Fuera lo que fuese ese algo o alguien, la situación real que tenía delante ese médico disidente era totalmente indigerible, insoportable y abrumadora, y en algún momento pensó en abandonar y alejarse del tema o en apuntarse a los médicos sin fronteras y desaparecer…

Cada día tenía más ganas de descansar de la pesadilla que estaba viviendo y alejarse; quiso pensar que el tema del sida no era su responsabilidad y que nada podría hacer… pero ese genio interior que le había llevado a ser médico desde muy joven no le dejaba tranquilo y, finalmente, se decidió a ejercer su oficio costara lo que costara y escribió sus experiencias y sus datos en un ensayo con la esperanza de que alguien comprendiera y, con ello, tuviera la posibilidad de librarse de la alucinación colectiva y de esa muerte tóxica que se extendía sin cesar por toda la sociedad.

Unos meses después de la publicación del libro[23], ese algo o alguien que manipulaba a toda la sociedad y había creado la alucinación colectiva fue a buscarle y llamó a su casa: ese algo incitó al colegio de médicos a abrirle a ese médico rebelde un expediente disciplinario en febrero del año 1994; el médico de familia recibió una carta donde se le comunicaba que tenía que someterse a un tribunal interno que podría expulsarle del colegio de médicos, inhabilitarle profesionalmente o denunciarle ante la ley por atentar contra la salud pública.

Ese doctor nadie, que, además, estaba y se sentía absolutamente solo, era plenamente consciente de que, dado el estado hipnótico general de paranoia y ante la gravedad con que la prensa presentaba el sida, ningún colega, ninguna asociación, ningún organismo, ningún sector de la prensa… le iba a creer y, mucho menos, a defender; se dio cuenta de que vivía en tierra hostil, estaba en el terreno del enemigo y nadie le iba a tener como uno de los suyos; todo el mundo estaba convencido de la visión oficial, todos estaban bajo los efectos de la alucinación colectiva y a todos los que le conocían les parecía que ese doctor nadie estaba loco o era un excéntrico peligroso… Todos estaban contra él… El joven médico de pueblo se dio cuenta en pocos meses que estaba perdido, era un forajido sin guarida para refugiarse y sin camaradas que le apoyasen, se había enfrentado a la única medicina y, por ello, sus días estaban contados… puesto

que ese algo o alguien había ordenado a los guardianes del dogma oficial de la

C.C.I. en su zona que acabaran con él, y el colegio de médicos, obediente al mandato de ese algo, se dispuso a cumplir la orden y a aplastarlo como a un bicho y con todas las de la ley; el médico disidente se sentía atrapado en una realidad horrorosa y sin solución posible, como si se hubiese convertido en un personaje de pesadilla propio de una novela imposible y nunca escrita de Stephen King.

Pero la Providencia tuvo el detalle de ayudar a ese médico acorralado porque, dos semanas después de haber recibido la carta del colegio de médicos, salió en todas las televisiones de España una noticia inesperada y que todos los locutores de todas las cadenas leyeron muy serios y con cara y actitud de evidente y expresivo asombro[24]: la extraña e inesperada noticia era que el premio Nobel de Bioquímica del año anterior (1993), Dr. Kary Mullis, afirmaba con toda claridad ante la prensa, en un congreso de biología molecular celebrado en Toledo, lo mismo que aquel insignificante doctor nadie al que iban a borrar del mapa para siempre; su afirmación era clara y sin equívocos: el Dr. Mullis afirmaba ante la prensa que el sida no era, ni podía ser, una enfermedad infecciosa causada por el famoso virus VIH… Esa noticia, y el revuelo momentáneo que causó entre los médicos y biólogos que la oyeron, paralizó de momento a los jueces del colegio de médicos, puesto que Kary Mullis[25] era un Nobel en biología molecular y, como tal, él sí era alguien y, además, de los grandes dentro de la propia C.C.I., y esa circunstancia quizá llamó a la prudencia a los inquisidores que querían aniquilar a ese médico de pueblo insignificante y molesto; y, gracias a esa actitud de prudencia ante la extraña y providencial noticia que había salido en todos los telediarios, decidieron esperar novedades al respecto, puesto que ellos, en realidad, no sabían nada del sida ni del famoso virus VIH; los jueces del colegio de médicos eran especialistas de sus respectivos campos y no sabían, ni podían saber, si el sida era una infección o una intoxicación; en realidad no sabían ni podían saber nada de nada; su información sobre el tema, como ya hemos dicho, era sólo mediática, como la de cualquier ciudadano, y ante tan inesperada noticia no sabían a qué atenerse y pensaron que era mejor esperar a ver cómo acababa la cosa y pospusieron el tema.

El joven médico disidente, muy consciente ya de que vivía en tierra hostil y de su precaria situación legal y profesional, aprovechó esa indecisión y desapareció del mapa, él mismo, durante varios años; se despidió por carta de

sus pacientes, cerró su consulta médica y dejó de pagar cuotas al colegio de médicos, cortó toda comunicación y desapareció de la circulación durante años… Pensó en ausentarse hasta que las aguas se calmaran, puesto que se había visto verdaderamente apurado y empezaba a tener una constante sensación de asfixia por la presión académica y legal y, sobre todo, por la insoportable vivencia emocional que se veía abocado a aguantar.

Una vez fuera del sistema y “liberado” de toda esa experiencia surrealista y macabra vivida en pocos años, el ingenuo médico de pueblo, que, a pesar de todo, había podido conservar bastante intacta su cordura, inició una recapitulación de todo aquello que había pasado, de todo lo que le había sorprendido, de todo lo que le había decepcionado… aunque se percató de que también era mucho todo lo que había aprendido de manera dolorosa, sí, pero el aprendizaje que había adquirido iba a ser muy importante para su madurez como médico; había observado fenómenos sociales y personales que nunca creyó que fueran posibles: había conocido de primera mano el efecto vudú que posee el miedo iatrogénico sobre los enfermos y ahora sabía que la iatrogenia creada por el miedo era capaz de matar. Había visto cómo o de qué manera la propia prensa era capaz de producir una “realidad” fantasma o una alucinación colectiva, simplemente, con el formidable poder hipnótico de las imágenes y los comentarios repetidos de los medios de comunicación. Había comprobado que eso que se llama C.C.I. no es un grupo de ancianos venerables e insobornables a quienes les interesa el conocimiento científico y la salud de los ciudadanos, sino que eran un conjunto de intereses económicos con capacidad para convertirse en los creadores o los guionistas de unas alucinaciones colectivas “reales” y de carácter satánico aunque con posibilidad de ser muy rentables para la industria médica; esa C.C.I. estaba al servicio de las multinacionales farmacéuticas y, para hacer negocio, era capaz de imaginar y de crear cualquier realidad paranoica sin necesidad alguna de que fuera real, puesto que la prensa cómplice era perfectamente capaz de proporcionarle verdaderaexistencia” y hacerla o convertirla en verdaderarealidad” con toda la facilidad del mundo… Pero lo que le espantó fue el empezar a vislumbrar que toda esa alucinación de terror, intoxicación y muerte colectiva obedecía a un plan monstruoso que había diseñado una entidad extraña y desconocida que estaba por encima de esa C.C.I. y que la dirigía; el médico de pueblo intuía que había un algo o alguien que, de manera solapada y secreta, era quien en realidad mandaba, con mano de hierro, sobre todos los estamentos, estructuras y organismos oficiales de esta sociedad moderna; mandaba y dirigía a la industria, la prensa, la C.C.I., la docencia, los

gobiernos, la legislación… Intuyó la existencia de un elemento desconocido y misterioso como un algo o alguien o como una “entidad” difusa y confusa que estaba empeñada en propagar la mentira y el veneno entre la población de Occidente; no sabía, no podía imaginar y no se podía explicar qué era ese algo o alguien, pero había notado su “presencia” y su poder de manipularlo todo en esta “sociedad del bienestar”… Incluso había notado el aliento de ese algo en su propio cuello y notado también que había estado a punto de asfixiarle… El joven médico no sabía qué era o quién era ese algo… pero estaba a punto de saberlo.

CAPÍTULO 6.

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