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LAS ENFERMEDADES QUE NUNCA DESAPARECIERON

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 194-200)

E

L PODER TRANSFORMADOR DE LAS PALABRAS

Como hemos comentado unos párrafos antes, la C.C.I., su prensa y sus ministerios de sanidad de todos los países anunciaron a bombo y platillo que las temibles enfermedades supuestamente infecciosas que habían asolado Europa en los años 20, 30, 40… como la difteria, cólera, tuberculosis, tos ferina… no habían sido erradicadas del planeta… pero que, sin embargo, se podía afirmar que habían disminuido hasta casi extinguirse y desaparecer de las estadísticas;

eso sí, gracias a las campañas de vacunación, casi totales, llevadas a cabo sobre la nueva población infantil desde los años 50 y 60; y esa casi desaparición de antiguas enfermedades se reflejaba en los diversos gráficos estadísticos y en las numerosas publicaciones y artículos, todos ellos oficiales y “de total confianza”, que estaban, y todavía lo están, a la libre disposición de ciudadanos, estudiantes y médicos.

Todo el mundo pudo ver muchos gráficos con líneas estadísticas de colores, leer muchos artículos de prensa y escuchar y ver numerosos programas

“informativos” de radio y TV donde se afirmaba con claridad y rotundidad que la difteria o la tuberculosis o la tos ferina… llevaban años sin manifestarse entre la vacunada población cobaya de la “sociedad del bienestar”. Estas estadísticas y artículos que todo el mundo parecía conocer servían y sirven de poderoso argumento a favor de la vacunación y de la eficacia “indiscutible”, “probada estadísticamente” y “demostrada científicamente” de las campañas de prevención con vacunas industriales que se habían emprendido hacía unas décadas.

Para lograr hacer realidad esa falsa desaparición de enfermedades conocidas y temidas, o mejor, para simularla, puesto que no es posible hacerlas desaparecer, la C.C.I. recurrió a un truco o ardid lingüístico ingenioso que le ha dado muy buenos resultados y que ha logrado convencer plenamente a ciudadanos y a médicos: para hacerlas desaparecer de las estadísticas, simplemente… les ha cambiado el nombre. Para explicar al lector ese ardid o esa astuta maniobra, vamos a contar lo que aconteció con respecto a la docencia o enseñanza médica de estas enfermedades en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, o sea, en los años 40, 50 y 60 del pasado siglo, en las facultades de medicina de todo Occidente; y, para explicar lo que pasó, tomaremos el caso de la difteria como un ejemplo de lo que aconteció con todas las demás

enfermedades supuestamente infecciosas que iban a “desaparecer” de un día para otro, gracias a la “supuesta” mejora del grado de inmunidad de la nueva raza de cobayas por acción de las campañas de vacunación.

Con el fin de entender bien este ardid o juego de palabras del que se ha servido la C.C.I. para dar por cierta y comprobada la desaparición de enfermedades como la difteria, es importante saber algo que los estudiantes de medicina desde los años 50 y 60 en adelante no podían saber, precisamente porque no sabían nada de historia de la medicina y no la podían conocer porque ya no tenían clases lectivas de esta asignatura, como ya hemos explicado. El secuestro de la memoria a la que estaban sometidos les impedía saber que desde la época de los griegos hasta los años 50 del siglo pasado el nombre de difteria se aplicaba, de manera general, a todos los cuadros inflamatorios de los ganglios linfáticos de la garganta con mucosidad; es decir, durante miles de años la palabra difteria ha servido para denominar un cuadro patológico o enfermedad que en la actualidad todo el mundo conoce con el popular nombre de anginas o amigdalitis con placas fibromucosas. Es decir, que los nombres de difteria, anginas y amigdalitis son tres sinónimos o tres vocablos diferentes pero totalmente equivalentes en su significado y que, por tanto, nombran exactamente el mismo cuadro patológico: los tres nombres sirven para designar la inflamación de los ganglios linfáticos de la garganta; por tanto, al decir amigdalitis decimos difteria, o lo que es lo mismo, anginas… y viceversa.

Estamos seguros de que esta información sorprenderá mucho al lector e, incluso, sorprenderá a los propios médicos actuales y a los estudiantes de medicina y biología, puesto que todos ellos creen que la difteria es una enfermedad histórica, exótica y rara que nunca han conocido, pero no es cierto, puesto que, si han tenido o padecido alguna vez una amigdalitis o unas anginas con placas de mucosidad o sin ellas, que no tengan duda de que han padecido la difteria; este desconocimiento que sufríamos, también, todos los aprendices de médico de mi época es debido, o podríamos decir que este desconocimiento es una más de las consecuencias resultantes del secuestro de esa memoria histórica que sufríamos los estudiantes de mi época y que en la actualidad padecen, también, médicos y aprendices de hoy en día; es decir, aunque parezca increíble, los médicos desconocen que estos tres sinónimos nombran el mismo cuadro patológico; lo desconocen los estudiantes de médico desde que se suprimió la asignatura de historia de la medicina.

Efectivamente, si uno se toma la molestia de estudiar libros de patología de

los primeros años del siglo XX o del siglo XIX y, por supuesto, libros clásicos de patología médica de Hipócrates, Galeno, Dioscórides… podrá comprobar que estos tres sinónimos se referían al mismo cuadro patológico desde la medicina de los griegos, es decir, durante miles de años los médicos habían llamado con estos nombres sinónimos al conocido y muy frecuente cuadro patológico de la inflamación de los ganglios linfáticos de la garganta u orofaringe que el ciudadano común conoce con el nombre de anginas o amigdalitis o adenoides. De estos nombres sinónimos, el de difteria era el que había adquirido, en la época en que se implantó la idea de infección, la terrible fama de epidémica, infecciosa y mortal. Esta terrible reputación había sido creada y publicitada, a propósito, por la prensa de la C.C.I. con la intención de crear el negocio de vender inmunidad industrial; para lograrlo se propuso esparcir el miedo y la paranoia entre la población para motivarles a vacunarse y consumir sus vacunas y sueros antidiftéricos experimentales.

En los años 60, cuando ya se había instaurado la vacunación masiva contra esta enfermedad y, por tanto, la población debiera haber quedado protegida de esa enfermedad… resultó que no, puesto que seguían presentándose numerosos casos de inflamación de ganglios linfáticos de la orofaringe, es decir, la población, vacunada y no vacunada, seguía teniendo afecciones inflamatorias de garganta como las que se habían tenido siempre, y que, repetimos, siempre habían sido llamadas o nombradas con los 3 sinónimos mencionados.

Seguramente el lector puede que haya sido alguien que durante las pasadas décadas o hace poco tiempo haya sufrido de amigdalitis alguna vez, puesto que es una afección muy frecuente; si ha sido así, puede considerarse un caso, entre muchos, que atestigua realmente que la difteria no ha desaparecido, ni por asomo, de España durante los últimos 30 años, como afirma el sistema oficial de salud y “corroboran” y “demuestran” sus cuadros estadísticos “verídicos” y

“científicamente comprobados”.

La C.C.I., que había promovido la vacunación general de las nuevas generaciones, ante la persistencia tenaz de los cuadros de inflamación aguda de las glándulas linfáticas del cuello con o sin mucosidad añadida (anginas, amigdalitis o difteria), es decir, ante el fracaso evidente del efecto protector de las vacunas, ideó un plan lingüístico que encubriría el nulo efecto de la campaña de vacunación: ingenió un ardid semántico contando con el efecto de amnesia histórica que padecían los estudiantes, que les impedía saber que para todos sus antepasados en el oficio, es decir, para los médicos anteriores a los años 50, la

difteria era la misma enfermedad que la amigdalitis o las anginas. Aprovechando este importante desconocimiento y teniendo imposibilitado el acceso a la historia de la medicina, la C.C.I. propuso a todos los profesores de patología de todas las facultades de Occidente un cambio de nomenclatura, por efecto del cual ya no debían llamar al cuadro de inflamación de los ganglios linfáticos del cuello con el nombre de difteria, puesto que, como consecuencia “lógica” de las campañas de vacunación que se estaban realizando en todo Occidente, la difteria “debería”

de desaparecer del mapa y, por tanto, todos los cuadros de inflamación de adenoides o de ganglios linfáticos de la orofaringe, a partir de ese momento, nunca más deberían llamarlo con el temible nombre de difteria, ni debería ser tratado con los peligrosos sueros antidiftéricos… En el futuro y por orden expresa de la jerarquía docente de la C.C.I.… los médicos en activo y los estudiantes aprendices de médico deberían llamar a ese frecuente cuadro inflamatorio de los ganglios linfáticos de la garganta por los nombres sinónimos o equivalentes de: anginas, adenoides o amigdalitis y desterrar de la sociedad el temible nombre sinónimo de difteria.

Los médicos y aprendices de los años 50 en adelante obedecieron las indicaciones y empezaron a utilizar la nueva nomenclatura “corregida” de esos sinónimos; y como consecuencia de esa nueva nomenclatura propuesta por la docencia médica de la C.C.I., a partir de esos años 50 y 60, los nuevos médicos que salían de las facultades dejaron de denominar o llamar con el terrorífico nombre de difteria a las inflamaciones agudas de garganta… Se acostumbraron a llamarlas anginas o adenoides o amigdalitis, es decir, dejaron de pronunciar la palabra difteria y en consecuencia, en poco tiempo, la terrible difteria

desapareció de España.

Explicación del gráfico: en este gráfico estadístico presentado por el propio Ministerio de Sanidad se pueden observar dos momentos de la desaparición de la difteria en España. El primero se produce en los años 40 y siguientes (años de la postguerra), donde no hay vacunaciones pero se produce una recuperación socioeconómica del país y se empieza a introducir el cambio de nombre de la enfermedad y, por tanto, se cambia el nombre de difteria por el de anginas y todo eso produce una enorme bajada en la incidencia de la enfermedad; en el año 64, cuando se introduce la primera vacunación, que se administró de manera opcional y, por ello, no tuvo una distribución generalizada, parece observarse una pequeña disminución de casos después de su administración, pero esa disminución es muy pequeña si la comparamos con la disminución que se produce antes, en los años 40, sin haber habido ninguna campaña de vacunación. La segunda administración se produjo en los primeros años 70; ésta fue obligatoria y mucho más generalizada, aunque, como el lector observará, ya no existían, oficialmente, casos de difteria. En realidad este gráfico, en vez de ser indicativo de la eficacia de la vacuna, lo que demuestra es la poquísima incidencia que ha tenido la vacuna en la “supuesta”

desaparición de la difteria en España.

Repetimos la explicación, puesto que estamos seguros de que el lector se habrá quedado un tanto perplejo: afirmamos que no fueron las vacunas las que hicieron desaparecer la difteria en España sino que lo que pasó en realidad fue que se dejó de llamar con el nombre de difteria al frecuente cuadro patológico

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