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L OS PRIMEROS MÉDICOS QUE UTILIZARON

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 177-181)

sirviente; podemos imaginarnos el grado de libertad de un siervo en la Inglaterra de finales del siglo XVIII y su capacidad de elección para poder negarse ante su amo; el segundo “inventor” e introductor real y definitivo de las vacunas fue el conocido, famoso y laureado Dr. Louis Pasteur, el cual también utilizó en 1885 a un niño como cobaya humano para su primera vacuna contra la rabia, como nos cuenta su biógrafo Dr. de Kruif con toda naturalidad en su libro; con la misma naturalidad, el biógrafo nos relata la escena histórica en la que el suero antidiftérico del Dr. Behring fue probado en niños de orfanatos berlineses y hubieron varios muertos de inmediato, aunque el biógrafo no se detiene a decirnos la cantidad de cadáveres infantiles que resultaron de esa prueba; pero lo que sí nos relata es que ese pequeño inconveniente, ese montón de cadáveres de niños indefensos que resultaron de la prueba, no tuvo demasiada importancia ni repercusión mediática y, desde luego, no paró la experiencia, porque como el mismo biógrafo afirma: “las fábricas alemanas ya habían producido toneladas de suero antidiftérico”… y el progreso no se podía detener ante la muerte de unos pocos esclavos… El Dr. Behring, sin importar la cantidad de niños huérfanos sacrificados, fue premiado con el premio Nobel por haber descubierto y aplicado por primera vez semejante suero… y esos sueros antidiftéricos se sacaron al mercado y se distribuyeron por todo el mundo.

Aquí en España también tuvimos nuestros propios cazadores de microbios, médicos que también se creyeron superhombres, es decir, con “capacidad mental”, “ética personal”, “estómago suficiente” y la carencia de escrúpulos necesaria como para utilizar cobayas humanos indefensos; nos lo cuenta con frialdad la Dra. María José Báguena de la cátedra de historia de la medicina de la Facultad de Medicina de Valencia, en su libro[58], donde relata que el Dr. Jaime Ferrán, en la Valencia de finales de los años mil ochocientos, utilizó de cobayas humanos para probar su primera vacuna contra el cólera a toda la población de un orfanato de Valencia, incluidas las monjas. El prestigioso médico positivista no tenía problemas de conciencia para experimentar sobre unos seres humanos indefensos y, además, como todo era legal y como todo se hacía en nombre de la ciencia, el progreso y la civilización… todo estaba en orden para él, pero el experimento resultó un fracaso, y cuenta la historiadora que murieron todos los niños… y también las monjas del orfanato que se habían ofrecido como voluntarias, seguramente, para dar ejemplo a sus niños. Nadie clamó ni reclamó por sus vidas; la historiadora dice que hubo cierto revuelo entre los médicos valencianos, pero se corrió un tupido velo sobre el asunto y Ferrán siguió con sus experimentos humanos en nombre del progreso de la ciencia y nunca tuvo el

menor problema legal; todo lo contrario, Ferrán fue reconocido como superhombre ilustrado, laureado y galardonado por la Academia de Ciencias de París unos años después y tuvo muchos reconocimientos académicos, incluso creo recordar que tiene dedicado un busto de mármol en los pasillos de mi vieja Facultad de Medicina de Valencia y algunas calles dedicadas en los pueblos de mi tierra… Ya hemos dicho que en ese tiempo había que hacer propaganda para introducir la paranoia de la teoría de la infección y el uso de los sueros, vacunas y demás medicación industrial.

A la bestia y su C.C.I. y a la nueva medicina positivista no le importaban los niños con moral de esclavos muertos; los superhombres creadores de la paranoia tenían impunidad total, disponían de material humano y carta blanca para realizar experimentos, no faltaría más… y, por otra parte, no había otra forma o método para lograr avanzar en la nueva medicina experimental. Debido a que los animales tienen fisiología distinta del humano y sus reacciones no son extrapolables o equivalentes… entonces… ¿cómo saber los efectos de nuevos productos en el humano si no lo utilizamos a él mismo de cobaya? Lógicamente, desde el propio método positivista científico que se basa en el experimento lo más exacto posible y sus resultados, es imposible saber todo eso… sin aplicarlo sobre el cobaya humano y observar, tiempo después, a corto, medio o largo plazo, qué o cuáles cambios y reacciones presenta el humano cobaya. El experimento es un elemento necesario e imprescindible en la más pura doctrina y lógica operativa del positivismo científico; sin experimento no puede haber experiencia ni demostración; no cabe otra opción.

Si no hubiesen tenido impunidad total estos nuevos médicos que administraron las primeras vacunas y los primeros sueros, todos, absolutamente todos los gloriosos creadores de vacunas y sueros que fueron premiados con el Nobel y otros reconocimientos y ahora son ensalzados en los libros de historia y en las efemérides científicas y médicas, todos sin excepción hubiesen terminado en la cárcel por homicidios múltiples. Si no hubiesen gozado de inmunidad legal y carta blanca para la experimentación en cobayas humanos indefensos y sin importar el resultado ni el número de muertos, les conoceríamos como psicópatas en serie.

Los médicos actuales saben que aquellos productos pioneros (vacunas y sueros) que fueron presentados como grandes remedios que “presuntamente

salvaron miles de vidas y sus descubridores recibieron muchos premios, incluido el Nobel, pueden ser mortales de una manera fulminante; por eso han sido

abandonados desde hace décadas. Pero si eso que decimos es verdad y el lector lo puede comprobar por la hemeroteca o internet… entonces… cabe preguntarse desde el sentido común y la lógica más elemental… si aquellas vacunas y sueros que la prensa presentó como panaceas maravillosas a finales del siglo XIX… si salvaron vidas, entonces… ¿cómo es que ahora son catalogados de mortíferos y están totalmente prohibidos?… ¿Puede darse la posibilidad científica de que algo que era maravilloso hace unos años ahora sea un tóxico mortal? La verdad histórica innegable es que la incipiente medicina industrial necesitaba de esos médicos capaces de seguir, sin problemas éticos, impulsando el progreso y el nuevo negocio, con agallas suficientes como para cargarse a niños de orfanatos y, sin embargo, pensar y sentir que estaban a favor del progreso humano y de la civilización y, por añadidura afortunada, comprobar que estaban en el camino del éxito y el dinero. Y por si surgía alguna duda moral que les pudiese hacer vacilar o tener algún remordimiento ante lo que era “necesario hacer” en aras de la civilización… ahí estaba la bestia, que les iba a recordar y convencer de que, en realidad, eran superhombres “ilustres” con derecho a vivir “mas allá del bien y del mal” y que poseían impunidad total y que merecían prestigio, dinero y, además, que se les otorgaran los laureles de la gloria académica e histórica. Los nuevos médicos positivistas y con moral de señores pensaron que si la sociedad y la historia oficial les iba a reconocer como héroes y salvadores de la humanidad… ¿quién más les podría juzgar y condenar?

CAPÍTULO 14.

IATROGÉNESIS GENERALIZADA EN LA SOCIEDAD

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