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ENCUENTRO CON OTROS DOCTORES NADIE

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 97-103)

C

OMPARTIENDO CON OTROS COLEGAS LA DERROTA CONTRA LA BESTIA

El médico apócrifo siguió viviendo su exilio profesional y durante ese tiempo tuvo también, por fin, el placer de conocer a otros pocos médicos e investigadores, de aquí y de otros países, que compartían la misma visión sobre el sida que él y que habían llegado por separado a las mismas conclusiones:

todos estaban de acuerdo en que el sida o síndrome de inmunodeficiencia adquirida no era una enfermedad infecciosa y, por tanto, no podía ser contagiosa, sino que era una enfermedad tóxica producida por acumulación de productos químicos e industriales en un cierto sector de la población joven de Occidente; esa intoxicación generalizada era producto de una suma acumulada de tóxicos de carácter lúdico (drogas) y medicamentos industriales de carácter experimental (vacunas y quimioterapia), es decir, era producto de la drogadicción y de la iatrogénesis producida por la medicación que esos jóvenes habían consumido durante años; ese consumo masivo y continuado de productos químicos había estado intoxicando sus sistemas biológicos desde la más tierna infancia, puesto que estas generaciones de ciudadanos habían recibido, desde los primeros años de vida, toda la cobertura médico-industrial que se había iniciado en los años 50 y 60 del siglo pasado. Eran generaciones de jóvenes que habían estado “disfrutando” del hito[32] histórico del consumo masivo de las vacunas y antibióticos desde los primeros años de vida; ese consumo había sido presentado por la bestia y su prensa como una ventaja histórica, como un chollo del

“progreso” o como un “bondadoso corderito” a la sociedad moderna; pero el joven médico y los colegas que había conocido habían descubierto que, en realidad, era un “lobo vestido con piel de cordero”, como le había advertido el padre Ignacio unos meses antes.

El joven doctor nadie había estado esperando conocer a esos médicos que no eran tan insignificantes como él, sino que eran alguien dentro del mundo científico y académico y que, sin embargo, también se oponían con los mismos datos y razones científicas a la alucinación del sida y que, por fin, estaban ahí enfrentándose a la bestia. Ese encuentro con los colegas le tranquilizó grandemente; fue un verdadero gusto puesto que, por fin, ya no estaba solo y ya se sintió más seguro de no estar viviendo su propia alucinación personal al margen de la realidad, ya se sentía seguro del todo de no estar loco… puesto que

había encontrado a compañeros de oficio que estaban, como él, libres de la alucinación que padecía el resto de la población y, como él, se habían enfrentado a la bestia. La experiencia le resultó como encontrar un oasis de agua fresca y verde vegetación en medio del desierto justo antes de morir de sed.

Tuvo la esperanza de que empezaban a pasar los malos tiempos cuando conoció a varios de ellos: el nombrado premio Nobel Dr. Kary Mullis, el también nobel Dr. Walter Gilbert, catedrático de biología molecular de Harvard, el Dr. Peter Duesberg, miembro de la academia de las ciencias de USA y catedrático de biología molecular de California, el Dr. Harvey Bialy, director de la revista Biotechnology[33]… Estos colegas que conoció no eran simples médicos de familia como él y el doctor nadie tuvo la esperanza de que, por fin, se iba a rectificar el discurso sobre la causa y verdadera naturaleza del sida, se iban a detener los tratamientos tóxicos y iatrogénicos y se iba a rectificar el mensaje mediático y, con ello, acabar con tanta matanza sin sentido… pero esa esperanza recién adquirida fue vana. El joven médico comprobó con estupefacción el verdadero poder de la bestia y su C.C.I. cuando vio de una manera definitiva que, como le había pasado a él, no importó que esos otros médicos fueran alguien importante dentro de la comunidad científica de vanguardia… porque todos fueron inmediatamente fulminados, refutados y desacreditados por la prensa mundial y por la propia C.C.I. a la que pertenecían hasta ese momento como miembros destacados; todos fueron descalificados y cesados de sus cargos y sus publicaciones fueron silenciadas y finalmente ellos mismos fueron expulsados de la primera línea de la ciencia y apartados y vetados por la prensa científica y por la televisión… por haberse enfrentado, con la verdad, a la opinión manipulada y los intereses de la totipotente bestia y su

C.C.I.; de esa sencilla manera, no hubo discusión en los medios académicos, ni en las publicaciones, ni en la universidad; el formidable poder de la bestia, simplemente, les silenció y borró del mapa para siempre, exactamente igual a como había acontecido con él. El doctor nadie aprendió que esa entidad todopoderosa, la bestia, a la que se había enfrentado él y los demás doctores nadie, no permite la discusión ni la disidencia; es como un antiguo faraón que dirige la salud y todos los demás campos en esta sociedad del bienestar.

La frustración que le producía la realidad era tan grande y dolorosa que su exilio se convirtió en su refugio personal; con un gran sentimiento de derrota se retiró al campo y trató de alejarse de la prensa y del bullicio de la calle y, con la panorámica de tiempo y de espacio que ofrece estar alejado del mundanal ruido

y mientras trataba de digerir mentalmente toda la odisea de los últimos años, el doctor nadie se percataba, cada día con más claridad, de que eso a lo que se había enfrentado, la bestia, era una realidad que no admitía dudas de su existencia, era algo que, desde el interior del “consciente colectivo” que todos compartían, dirigía con autoridad absoluta la sociedad, modulaba el pensamiento, la educación y la legislación y que dirigía con mano de hierro la conducta colectiva de los ciudadanos y les indicaba aquello en lo que debían creer y lo que era “real” o no, y todo eso lo lograba sin que los ciudadanos se percataran de que eran dirigidos desde ese “consciente colectivo” que todos compartían y, así, vivían confiados y convencidos de la bondad de ese depredador insaciable.

En definitiva, ahora, ese joven médico conocía la existencia de la bestia y su formidable poder de crear toda la “realidad” que los ciudadanos modernos pueden vivir, comprender y “consumir” como real. Ahora veía claro que ese demonio (ya no le cabían dudas de que el diablo existe) no es una entidad concreta ni una individualidad, no se puede decir de ella que estuviera aquí o allá… Es una entidad psíquica que parasita el “consciente colectivo” de nuestra cultura y que tiene el poder de crear los problemas y las soluciones que considere más convenientes; tiene el poder de dar existencia a cualquier

“realidad política”, “realidad espiritual” o a cualquier “realidad científica” que considere la más interesante para lograr sus fines; tiene capacidad hipnótica suficiente para crear “realidades dogmáticas”, indiscutibles e incluso

“científicamente demostradas” con sólo chasquear los dedos, y ese poder de crear realidad de donde no la hay lo completaba con el poder de hacer desaparecer del mapa y eliminar cualquier otra realidad que le pueda molestar, por muy real que sea ésta última; por eso, había hecho desaparecer del mapa a todos los médicos disidentes que se le habían enfrentado con sus opiniones y sus datos objetivos y reales y, por supuesto, le resultaba extremadamente fácil eliminarle a él mismo, que no era más que un simple médico de pueblo, un doctor nadie.

El médico de pueblo, impresionado ante la realidad que estaba viviendo y relativamente a salvo en su exilio, quiso conocer y saber cuánto tiempo llevaba la bestia entre nosotros, cuándo había llegado y cómo había logrado tanto poder y por qué pasaba desapercibida para todos los ciudadanos y por qué había pasado desapercibida incluso para él mismo hasta la fecha.

Guiado por lo que le había dicho el viejo cura peregrino, buscó referencias

de la bestia en el Apocalipsis y pudo leer en el capítulo 13: Se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos; se le concedió poderío sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Y la adorarán todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no esté inscrito, desde el principio de los tiempos, en el libro del Cordero inmolado…. Esas palabras proféticas sobre la bestia explicaban claramente el grandísimo poder que ésta tenía y que le permitía borrar del mapa a cualquiera que se le enfrentara, como había ocurrido con sus colegas médicos y con él mismo. Supo entonces que era inútil luchar contra ella, se decepcionó creyendo que había llegado al final de su viaje y que no había nada que hacer…

que tendría que acostumbrarse a ver morir a la gente atrapada por la mentira, el miedo y el veneno… sin poder hacer nada de nada para evitarlo; le vinieron a la memoria las palabras del padre Ignacio, que le había advertido: “usted no podrá hacer nada… pero saber lo que pasa y por qué le ayudará a aguantar el dolor”…

y antes de eso también le había dicho: “soporto con dolor y con cierta dificultad personal la necedad de los creyentes cristianos que veneran y admiran a esta civilización moderna”. El médico empezaba a comprender a aquel viejo cura y el dolor que sentía en el fondo de su bondadosa alma, puesto que también vivía su derrota permanente… Desde ahora, él mismo tendría que aprender a soportar la necedad creciente y sin remedio de esta sociedad que era la suya; tenía que aprender a soportar la sinrazón, la mentira, la rapiña, la muerte sin sentido de tanta gente… Tendría que soportar la visión de cómo el poder del dinero se imponía impunemente a través de la prensa y de la universidad y, finalmente, tendría que aprender a vivir en un estado de derrota inevitable y permanente y a soportar el espectáculo dantesco de la aniquilación final de esta sociedad que, al fin y al cabo, era la suya y a la que no podía dejar de amar.

Desde entonces en adelante, el médico exiliado pudo identificar a esos

“lobos camuflados” gracias a que ya sabía cómo solían ser las manifestaciones reales de la bestia; había aprendido de las conversaciones con el padre Ignacio que la bestia o el diablo no se presentaba como un ser concreto con rabo sino en forma de hitos del pensamiento, de neofilosofías y nuevas conductas, de revoluciones científicas y sociales; solía disfrazarse de un supuesto progreso humano bien publicitado… Había comprendido que la bestia fue la “musa” que inspiró el pensamiento de Francis Bacon, de Immanuel Kant, de Hume, de Adam Smith, de Robespierre, de Hegel, de Marx, de Nietzsche… y que inició esa época en que el ciudadano europeo empezó a venerar a los hitos del pensamiento, a las nuevas filosofías y revoluciones culturales materialistas, ateas, utilitaristas, capitalistas y descreídas que le separarían de la espiritualidad,

de la tradición ancestral y de la naturaleza; la bestia inspiró ese pensamiento novedoso que empezó a convencer a toda la intelectualidad europea de que el hombre emancipado de Dios y de la Naturaleza había alcanzado el grado de

superhombre”. Ese fue un pensamiento que logró convencer a la mayor parte de la “intelectualidad” europea.

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