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U NOS POCOS MÉDICOS

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 51-55)

adecuados… sino que era un tratamiento de consecuencias fatales, puesto que el tratamiento que la c.c.i. había propuesto, para matar al “inexistente” nuevo virus, era sin duda extremadamente tóxico e, incluso, podemos afirmar que era directamente letal para los pacientes, es decir, se trataba de una iatrogénesis mortal de necesidad, puesto que se trataba de una intoxicación a la que no hubiese podido sobrevivir ni el mismísimo Superman; en este sentido, se daba la circunstancia de que la c.c.i. había propuesto una medicación antiretroviral experimental, el A.Z.T.-Retrovir, que era altamente tóxico, según la opinión de esos pocos médicos disidentes, puesto que con esa medicación antimitótica se impedía la reproducción de las células del organismo y, por tanto, se trataba de una quimioterapia de carácter letal que hacía realidad el paradójico dicho popular de que “era peor el remedio que la enfermedad.[17]

El lector, con su sentido común y su lógica simple y sin necesidad absoluta de ser médico, se dará cuenta enseguida de las consecuencias que puede comportar que, en una situación de intoxicación donde ya hay un grado elevado de grave toxicidad, aumentemos por confusión en el diagnóstico, todavía más, la carga tóxica, puesto que con ello no hacemos otra cosa que no sea agravar la situación y provocar más intoxicación; esto es lógica elemental y evidente que cualquier persona puede entender.

Por estas razones el número de muertos se contaba por cientos de miles en todo el mundo y, por ello, era capital para estos pocos médicos disidentes hacer saber al resto de la clase médica que la verdadera naturaleza de esa nueva enfermedad era tóxica y no infecciosa[18] y, con esta aclaración, detener la grave, incluso sin duda mortal, iatrogénesis tóxica a la que estaban siendo sometidos millones de ciudadanos identificados como seropositivos con el falso pretexto de que estaban siendo atacados por un nuevo virus que, en realidad, no existía ni ha existido nunca.

El autor de este ensayo fue uno de esos pocos médicos que se percataron de esa diferencia de naturaleza de la nueva enfermedad; con los casos de seropositivos que había atendido en su consulta propia y una simple toma de datos en cuatro hospitales de su entorno, vio claramente que aquello a lo que se enfrentaba no eran casos de infección sino que eran casos flagrantes de intoxicación.[19] Con la evidencia de esta realidad que él había comprobado en los primeros casos que atendió y con la ingenuidad que caracteriza a la juventud, este médico corrió a comunicar a los académicos que habían sido sus maestros de medicina en la facultad el error de diagnóstico y, por consiguiente, el

todavía más grave error de tratamiento que, desde su humilde opinión de médico de familia o de simple médico internista, se estaba cometiendo.

Ante los argumentos y datos objetivos presentados a sus maestros de la facultad, las únicas respuestas que recibió este ingenuo médico fueron, en realidad, dos preguntas por parte de ellos: la primera era ¿quién se cree que es usted?… El médico de pueblo, tratando de responder a la pregunta, afirmó ser un simple médico de familia, un médico internista, que simplemente intentaba hacer bien su trabajo; y que, en su hacer cotidiano, se había enfrentado con varios casos de pacientes diagnosticados de sida, había prestado atención y había realizado una pequeña investigación epidemiológica en los hospitales cercanos;

y, como consecuencia de ese simple proceso, había observado con relativa sencillez que no se trataba de una infección sino de una intoxicación y que ante semejante situación, simplemente, había acudido a ellos para comunicárselo…

con el único fin de cumplir con lo que creía que era su deber de simple médico y sin ninguna otra pretensión; les dijo también que se extrañaba de que nadie se hubiese dado cuenta, puesto que era muy evidente que no se trataba de una infección sino de una intoxicación; y que, ante la ausencia de reacción oficial, ese médico pensó que era su deber advertir del error que se estaba cometiendo, puesto que era de mucha importancia la diferencia de tratamiento entre una enfermedad tóxica y una enfermedad infectocontagiosa; y al médico internista le parecía de suma importancia que se tuvieran en cuenta esos datos que él aportaba y que podían ser comprobados con facilidad y rapidez por ellos mismos, a los que consideraba sus superiores inmediatos y les respetaba sinceramente, puesto que, unos pocos años antes, habían sido sus maestros en medicina moderna.

El joven médico de pueblo no tenía ninguna pretensión personal, estaba satisfecho con su trabajo de médico de familia y no tenía ninguna vocación académica ni quería competir con nadie; estaba bien como estaba y no les hubiese ido a “molestar” a la facultad si no lo hubiese considerado de suma importancia y gravedad, puesto que oía las noticias de la gran cantidad de muertos y, sobre todo, conocía el tratamiento (iatrogénico y altamente tóxico) que se les daba a los pacientes que, como ya hemos dicho, estaban siendo tratados erróneamente con productos antivirales que, además, todos los médicos, incluidos sus maestros y jueces de la facultad, admitían la realidad innegable de que esa medicación que se daba (el AZT-Retrovir) era altamente tóxica.

En vez de refutar los argumentos y datos que ese joven médico presentaba,

respondieron con la segunda pregunta: ¿usted cree que puede venir del pueblo y enseñarnos a nosotros nuestro trabajo e, incluso, a contradecir a toda la comunidad científica internacional?… Después de estas dos preguntas de escasa naturaleza científica y sin ningún argumento técnico ni médico para rebatir lo que este médico presentaba, añadieron con mirada despectiva una afirmación categórica: ¡usted no es nadie!… que es la forma española de negar dos veces, en realidad, lo que afirma esa expresión, que ese médico de pueblo era nadie y sus datos y sus explicaciones… eran nada.

Esos profesores de la facultad admitían el título de doctor de ese doctor nadie, ellos mismos se lo habían otorgado hacía años, le llamaban así desde que se licenció en medicina y cirugía; tanto la universidad, como el colegio de médicos y el propio estado español le llamaban doctor desde hacía años, pero para ellos, sus maestros de la facultad, ese título que le habían dado era un paripé o una simple formalidad sin ningún valor que, simplemente, le capacitaba para recetar medicación industrial tóxica y para seguir los protocolos médicos iatrogénicos con total impunidad pero, por supuesto, que no le otorgaba ningún derecho a hacer observaciones ni, mucho menos, a hacer críticas al protocolo y a los dogmas y definiciones de la C.C.I. ni a ellos mismos; en realidad, para sus antiguos maestros ese joven médico no era nadie, sólo un médico de pueblo sin títulos ni avales académicos… un doctor nadie… y lo despidieron con desprecio, no sin antes advertirle seriamente de que tuviera cuidado con lo que hacía y decía al respecto.

CAPÍTULO 5.

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