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L OS DOCTORES NADIE DE TODOS LOS TIEMPOS

Dalam dokumen ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Halaman 111-117)

supuesto el comercio de toneladas de productos industriales que hemos consumido… y eso… no hubiera sido del agrado y del interés de la bestia y su industria farmacéutica.

El conocimiento de la existencia de la microbiota y del microbioma humano y su sentido biológico es totalmente incompatible con la noción decimonónica de la teoría de la infección, y esa es la razón por la que la bestia, su docencia y su prensa han estado muy interesadas y empeñadas en que todo el mundo, todos los escolares y todos los universitarios conozcan y hayan oído hablar mucho de Louis Pasteur, de Robert Koch, de Fleming… y se han preocupado de que en nuestras ciudades haya calles y avenidas que lleven los nombres de estos creadores y difusores de la paranoia hacia nuestros microbios… pero por el contrario nadie, ni siquiera los estudiantes de medicina, conozcan a Lederberg ni a muchos otros médicos y microbiólogos que a lo largo del siglo XX habían descubierto y descrito la existencia de nuestra microbiota y que hablaron y escribieron trabajos y artículos sobre el carácter inofensivo e, incluso, beneficioso y simbionte de nuestros microbios. En este sentido hay que dejar bien claro, para que el lector lo sepa, que el microbioma y la microbiota humanos, aunque fueron descritos de manera metódica y exhaustiva por Lederberg a finales de los 50, eran una realidad perfectamente conocida por muchos médicos y estudiantes desde hacía décadas; en realidad, eran conocidos por médicos y estudiantes desde los primeros años del siglo XX, como vamos a explicar, y por ello cabe preguntarse: ¿Quién o quiénes conocían la existencia de nuestra microbiota desde hace tiempo?… ¿Quién o quiénes y cuándo supieron que nuestros microbios son inofensivos y que, en realidad, viven con nosotros desde siempre, tanto en la salud como en la enfermedad?

La respuesta a estas preguntas estamos seguros que sorprenderá al lector y a los médicos en activo actuales, porque los primeros disidentes de la teoría de la infección y los primeros conocedores de la existencia de la microbiota humana aparecieron, precisamente, entre los médicos y estudiantes de principios del siglo XX, cuando la C.C.I. estaba dando premios internacionales, cada año, a los creadores de la paranoia con el fin de implantarla de forma mayoritaria entre los médicos y en la sociedad y, de esa manera, poder iniciar el fraudulento y falaz negocio de vender inmunidad.

El lector debe saber que a principios del siglo pasado, el siglo XX, cuando hacía ya 30 ó 40 años desde que se había presentado la mentira de la teoría de la infección y la bestia y su industria estaban llevando a cabo su empeño de

imponerla como una teoría totalmente real entre la clase médica, resultó que, debido a la novedad que suponía el hallazgo histórico de los microbios en el mundo de la biología, se empezaron a inaugurar laboratorios de microbiología por todos los países y, además, se estaba dotando a todas las facultades de medicina de Occidente de los hasta entonces escasos y primitivos microscopios que capacitaban a los curiosos biólogos, médicos y estudiantes para explorar ese nuevo y fascinante mundo que ofrecía un ancho horizonte de nuevos descubrimientos.

Debido a la sencillez del método de cultivo de gérmenes, muchos médicos y estudiantes de medicina y biología tuvieron acceso relativamente rápido (diez o quince años después de que se presentara la teoría de la infección) al estudio de los microbios humanos por primera vez. Algunos de esos estudiantes y médicos se percataron rápidamente de la falsedad de la incipiente teoría que acusaba a los gérmenes de producir enfermedades y ser agresivos… ¿Cómo se dieron cuenta tan rápidamente?… Pues porque es muy fácil y sencillo… y los propios estudiantes, en las mismas prácticas de laboratorio, pudieron comprobarlo y darse cuenta, puesto que, en sus primeras experiencias de cultivo de microbios, tomaron muestras, a sanos y a enfermos, y realizaron cultivos y vieron con sencillez y en las primeras pruebas que esas bacterias o microbios a los que se les acusaba de producir enfermedades infecciosas… vivían con nosotros y dentro de nosotros, tanto en estado de enfermedad como en el de salud total, por tanto no eran un peligro, no eran una amenaza, sino que estaban ahí porque viven con nosotros desde siempre y para siempre; es decir, viven con nosotros en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, de fiesta o de entierro… Viven con nosotros y forman parte real de nuestra naturaleza y realidad biológica, exactamente igual que los animales, arbustos y árboles forman parte de la naturaleza y la realidad de las montañas; por tanto, es imposible infectarse de ellos entre nosotros, puesto que cada cual tiene sus numerosos gérmenes formando su propia microbiota; en todo caso, lo único que puede acontecer entre humanos es un intercambio inofensivo, permanente e inevitable de gérmenes entre personas que tengan contacto.

Con estas evidencias, que, repetimos, se podían comprobar en las mismísimas clases prácticas de los laboratorios en las facultades de medicina de la primera mitad del siglo XX, algunos médicos e, incluso, estudiantes…

corrieron llenos de ingenuidad a publicar y enseñar al resto de compañeros y profesores la existencia de la microbiota humana, que habían descubierto que

estaba presente en todos los humanos. Algunos de ellos creyeron que era muy importante que esa buena noticia la conocieran los estudiantes y los médicos; y desde luego que lo era, puesto que si se hubiera tenido en cuenta la nula agresividad de esos microbios nuestros se hubiera puesto fin, hace ya más cien años, a la paranoia irracional a nuestra propia microbiota y se hubiese suprimido de manera total el consumo y distribución entre la población de los primeros productos industriales, productos muy tóxicos desde el principio, que se administraron para destruir a esos microbios que viven en nuestro interior en perfecta y sana simbiosis; pero, si esa verdad sobre nuestros microbios simbiontes se hubiese sabido, la bestia y su industria farmacéutica no hubiesen tenido la oportunidad de iniciar la venta de la supuesta y quimérica inmunidad y no hubiese acontecido el nacimiento de la medicina industrial.

Aquellos doctores nadie de la primera parte del siglo pasado quisieron advertir del grave error que se estaba cometiendo, pero, como le ocurrió a este doctor nadie autor de este ensayo, aquellos médicos perdieron su ingenuidad de golpe al comprobar que sus observaciones y descubrimientos sobre el verdadero sentido biológico de nuestros gérmenes no eran atendidos ni valorados por la docencia ni la prensa de la bestia y su C.C.I., que, además, les dejó bien claro que ellos eran unos perfectos doctores nadie; por eso, en la actualidad nadie conoce sus nombres, ni siquiera les conocen los estudiantes de medicina, puesto que nadie nunca les habló de ellos ni de sus trabajos ni sus observaciones ni sus artículos e informes de laboratorio, que discrepaban, con la verdad de los hechos, de la mentira de la teoría de la infección que predicaba la C.C.I. de forma dogmática; pero nosotros hemos escrito este ensayo para decirle la verdad que cura al lector para que sepa que, durante todo el siglo XX, hubieron doctores nadie que se opusieron a la mentira que mata, al fraude médico y a la iatrogenia que se iniciaba, y lo hicieron con datos y observaciones objetivas que ellos habían obtenido con facilidad en las mismísimas clases prácticas y en los primeros métodos de sembrar y cultivar gérmenes. A diferencia de los doctores famosos que afirmaban la agresividad de nuestros microbios y que, con esta afirmación, crearon la paranoia a los microbios, estos doctores nadie nunca recibieron un solo premio, nunca tuvieron reconocimiento oficial; de hecho, no salen en los libros de historia que manejan los escolares, la prensa ni siquiera les nombró jamás y no tienen calles y avenidas que lleven su nombre; fueron relegados al silencio y al olvido por la sencilla razón de que sus hallazgos no asustaban a nadie, no podían servir para el negocio del miedo que recién se iniciaba, tampoco pretendieron vender, ni vendieron, ninguna patente

industrial… nunca fueron reconocidos por descubrir la verdad que cura y que desmentía el terror a nuestros microbios, es decir, por comprobar con facilidad que nuestros gérmenes son inofensivos y que los tenemos todos; sus importantes hallazgos biológicos que demostraban la existencia de nuestra inofensiva microbiota no fueron y todavía no han sido reconocidos por la docencia oficial.

A la bestia y su C.C.I., que estaban construyendo la mentira que mata con la prometedora y próspera teoría paranoica de la infección, no les interesaba para nada el trabajo de esos científicos que afirmaban la buena noticia de que nuestros microbios son buena gente; a la medicina industrial no le gustaban las buenas noticias sobre la posible función benéfica y simbionte de la microbiota humana, no quería que desapareciera la paranoia, no le interesaba que desapareciera el terror, no le interesaba que fuera refutada la teoría de la infección, puesto que esa C.C.I. y su industria perderían el gran prestigio que habían adquirido, en pocos años, presentándose como las salvadoras del mundo contra los microbios, y lo que es peor, desaparecería el terror a la muerte, que era la mayor motivación para consumir los productos médico-industriales; esos elixires de inmunidad que esa C.C.I. y su floreciente industria estaba fabricando y vendiendo masivamente a una población completamente convencida del peligro de muerte que suponían los recién aparecidos gérmenes o microbios.

Todo este gran poder industrial, económico, académico y mediático del que dispone la bestia y su industria no está dispuesta a perderlo, no lo va a consentir; y, para eso, ha puesto en marcha una inquisición despiadada contra todo aquel médico, biólogo o periodista científico que pregone la verdad y ose poner en duda la mentira que mata, que tanto necesita para vender sus productos, presentarse como salvadora del mundo y seguir con el gran negocio del miedo. La bestia y su C.C.I. harán todo lo posible para acallar la verdad que cura, harán todo lo posible para ocultar que esa microbiota, esos microbios nuestros, no son ni han sido nunca la amenaza que durante más de cien años han estado diciendo que eran; su poder de mentir y de disimular la verdad es grande y lo han conseguido hasta la fecha, pero no podrá impedir que médicos con verdadero instinto y consciencia de médicos y buscadores de la verdad y la bondad, los doctores nadie de todos los tiempos, tarde o temprano, aquí y allá, ayer hoy y mañana… lleguen a conocer esa verdad. Y cuando lo hagan, si son médicos auténticos, tendrán la necesidad emocional y el deber moral de proclamarla para cumplir su cometido existencial: curar las enfermedades y velar por la salud de la gente. Estos médicos honrados y auténticos han existido durante toda la historia de la infección y, aunque fueron mayoría hasta

la primera mitad del siglo XX, en la actualidad todos ellos son tenidos por doctores nadie y no tienen la menor influencia ni en la ciudadanía ni, mucho menos, en los círculos académicos, pero existen; estos médicos, en la actual realidad paranoica impuesta por la única medicina oficial, ejercen su oficio y función de manera casi clandestina y a veces en contra de la ley, es decir, jugándosela; son médicos que anuncian la verdad que cura, aunque son muy pocos y están en grave peligro de extinción ante la persecución de la bestia.

CAPÍTULO 9.

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